¿Alguna vez te has preguntado por qué, incluso rodeado de oportunidades, sientes que algo te falta? Es como si una voz silenciosa dentro de ti repitiera: “No es suficiente, no tengo lo necesario, no soy capaz.” Esa es la voz de la escasez. No hablo solo de dinero, sino de esa frecuencia interna que nos desconecta de la abundancia, que nos hace competir en lugar de colaborar, que nos lleva a acumular en vez de compartir, y a sobrevivir en vez de crear. Esa mentalidad, cuando no se reconoce, se convierte en el mayor enemigo de nuestro crecimiento personal, empresarial y espiritual.
He visto esa trampa demasiadas veces. En empresarios brillantes, en profesionales talentosos, en jóvenes con ideas asombrosas… y en mí mismo, en ciertos momentos de mi historia. La mentalidad de escasez se disfraza de prudencia, de cálculo, de sentido común, de “aún no estoy listo”. Pero en el fondo, es miedo. Miedo a perder, miedo a no ser suficiente, miedo a fracasar. Y el miedo, cuando gobierna nuestras decisiones, apaga la creatividad y el propósito. La escasez no vive en el bolsillo, sino en la percepción: en la forma en que interpretamos la vida, el trabajo, y las relaciones.
Durante mis años como empresario y mentor, he aprendido que la escasez se manifiesta en todos los niveles: en el individuo, en las organizaciones y en la cultura. En la persona, se muestra como comparación constante, como ese impulso de demostrar más que de servir. En la empresa, aparece como microgestión, desconfianza o retención de conocimiento. Y en la sociedad, se traduce en estructuras basadas en el control, la competencia y la desigualdad. No se trata solo de tener o no tener, sino de cómo pensamos acerca de lo que tenemos.
Lo más paradójico es que muchas veces creemos que estamos siendo estratégicos cuando, en realidad, estamos siendo limitados. Esa mentalidad genera escasez donde antes había posibilidades. En cambio, cuando un líder evoluciona hacia la mentalidad de abundancia, el cambio es palpable. La abundancia no significa exceso ni ostentación; significa confianza. Confianza en la capacidad de crear, en la cooperación, en el ciclo de dar y recibir, en el aprendizaje continuo, en que todo tiene propósito. Desde esa conciencia, una empresa no solo genera utilidades: genera valor, relaciones sanas y cultura expansiva.
Recuerdo una empresa a la que asesoré hace unos años. Tenía todo para crecer: tecnología, talento, y una marca sólida. Pero su fundador se resistía a invertir en formación, en marketing y en innovación. Decía: “No podemos gastar ahora, debemos cuidar cada peso.” Lo comprendía, porque todos tememos perder lo construido. Pero ese miedo lo llevó a perder lo más importante: el impulso vital de evolucionar. La organización se estancó. Solo cuando él logró reconocer que su miedo era escasez emocional —no financiera— empezó la transformación real. No necesitaba más dinero, necesitaba más confianza en su propósito.
La mentalidad de escasez también tiene raíces culturales. En América Latina, y especialmente en Colombia, heredamos una narrativa de carencia: “nos toca duro”, “aquí nada es fácil”, “hay que luchar por todo”. Es cierto que hemos enfrentado contextos complejos, pero esa narrativa se convirtió en identidad. Nos enseñaron a sobrevivir, no a florecer. Por eso, muchas veces admiramos el éxito ajeno, pero no lo reconocemos como posible para nosotros. Esa creencia colectiva limita la innovación, el emprendimiento y la expansión espiritual. Porque la abundancia no florece donde no se cree posible.
Y sin embargo, algo está cambiando. Hoy, en esta era digital, tecnológica y espiritual, la humanidad se enfrenta a un llamado profundo: recordar que la verdadera riqueza nace del ser, no del tener. Las herramientas tecnológicas —la inteligencia artificial, el big data, la automatización— no son el enemigo; son espejos de nuestra conciencia. Reflejan lo que somos capaces de crear cuando unimos la razón con la fe, la estrategia con el propósito. Si usamos la IA desde la escasez, competiremos con ella; si la usamos desde la abundancia, la convertiremos en aliada para expandir el conocimiento, optimizar procesos y liberar tiempo para lo verdaderamente humano.
En mi experiencia, el tránsito de la escasez a la abundancia no es inmediato. Requiere desaprender hábitos mentales y emocionales que llevan décadas arraigados. Implica dejar de medir el valor por la acumulación, y comenzar a medirlo por la contribución. Implica entender que compartir conocimiento no te resta, te multiplica; que apoyar a otro no te hace débil, te hace sabio; que invertir en ti y en tu equipo no es gasto, es siembra. Cuando una organización adopta esta visión, cambia su cultura: los equipos colaboran, la información fluye, la creatividad se enciende. Y el resultado es inevitable: crecimiento sostenible, humano y auténtico.
A nivel espiritual, la escasez es una ilusión del ego. Es la negación del flujo natural de la vida. Todo en la naturaleza da y recibe: el árbol entrega sombra y oxígeno, y recibe agua y luz; el río fluye sin miedo a vaciarse. Pero nosotros, en nombre del control, intentamos retener, y en ese acto de retención, nos desconectamos de la abundancia. Cuando comprendemos que somos canales, no contenedores, todo cambia. La energía fluye. Y así como ocurre en la naturaleza, también ocurre en la empresa y en el alma humana.
He conocido líderes que, al transformar su mentalidad, transformaron también su destino. Pasaron de “no puedo” a “¿cómo puedo hacerlo?”. De “esto no es posible” a “¿qué necesito aprender para lograrlo?”. De “no hay recursos” a “hay ideas, conexiones y fe”. Y eso marca la diferencia entre quien sobrevive y quien evoluciona. En el fondo, el éxito no se mide por lo que logras, sino por lo que liberas: miedo, culpa, duda. Cada paso hacia la abundancia es un acto de fe en ti mismo y en la vida.
La abundancia no es una promesa vacía; es una consecuencia natural de la coherencia. Cuando piensas, sientes y actúas en la misma dirección, sin sabotearte ni compararte, la vida te responde. No desde el milagro externo, sino desde la sincronicidad interna. Porque cuando cambias tu mentalidad, cambias tu frecuencia; y cuando cambias tu frecuencia, cambias lo que atraes. Por eso, una mente abundante no busca controlar, sino fluir; no busca acumular, sino crear; no busca ganar, sino servir. Esa es la esencia del liderazgo consciente.
Hoy te invito a mirar dentro de ti con honestidad. Pregúntate: ¿desde dónde estás actuando? ¿Desde la confianza o desde el miedo? ¿Desde la creación o desde la carencia? La respuesta no solo define tu bienestar, define el futuro de tu empresa, tu familia y tu entorno. Porque la abundancia no se enseña con discursos, se irradia con ejemplo. Y solo quien vive desde la plenitud puede inspirar a otros a trascender.
Tal vez no podamos eliminar la escasez del mundo de inmediato, pero sí podemos comenzar por transformarla dentro de nosotros. Esa es la verdadera revolución: una revolución silenciosa, coherente, que empieza cuando un ser humano decide dejar de temer y empieza a confiar. Y cuando eso ocurre, todo lo demás —el dinero, las oportunidades, las relaciones, los proyectos— llega en consecuencia, porque la abundancia siempre reconoce a quien se atreve a expandirse.
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