Doce horas sin luz: cuando la oscuridad nos enseña a ver

Basado en lo que ocurrio en españa en abril del 2025

¿Alguna vez te has preguntado qué pasaría si de un momento a otro desapareciera lo que das por hecho cada día? La electricidad, el agua, la conexión, la seguridad, el tiempo medido. Vivimos como si el mundo estuviera garantizado en cada enchufe, cada clic, cada gesto cotidiano. Pero, ¿y si no fuera así?

Hace unos días leí un artículo de Néstor Santos titulado “12 horas sin luz” y confieso que me atravesó profundamente. No por lo extraordinario del relato, sino por lo profundamente humano, crudo y simbólico que resulta quedarse sin energía en un mundo que parece haber olvidado cómo vivir sin ella. ¿Qué se apaga realmente cuando se va la luz?

Recuerdo mi infancia, cuando todavía jugábamos con linternas de baterías gordas y nos emocionaba que se fuera la luz porque podíamos imaginar historias en las sombras. Hoy, en cambio, cuando la electricidad falla, el miedo es otro: se detienen los sistemas, los negocios, las comunicaciones. Pero también, en el fondo, se nos interrumpe el piloto automático. La oscuridad nos detiene. Nos confronta.

Y entonces me pregunto, ¿cuántas veces necesitamos un corte para volver a encendernos por dentro?

Porque más allá del suceso técnico o del fallo del sistema eléctrico, hay una metáfora inevitable: estamos inmersos en una sociedad que teme más a quedarse sin señal que sin sentido. Pero lo verdaderamente peligroso no es no tener luz en casa; lo verdaderamente alarmante es vivir sin claridad en el alma.

He acompañado líderes que han enfrentado apagones mucho más profundos que un fallo de red: personas que perdieron su propósito, equipos que se desconectaron de su razón de ser, empresarios exitosos que se convirtieron en prisioneros de una rutina luminosa pero vacía. Y en todos esos casos, lo que más dolía no era la oscuridad externa, sino la incapacidad de verla como oportunidad.

Vivir doce horas sin luz puede ser un accidente… pero vivir años sin propósito es una tragedia.

En mis 36 años de mentoría, he aprendido que a veces la vida te apaga la electricidad para que enciendas tu conciencia. Que hay momentos donde el universo, con una pedagogía sutil, pero firme, te dice: “Para. Respira. Mira adentro.” Porque si no lo haces tú, la vida lo hará por ti. Y la verdad es que nunca hay un “buen momento” para perder la luz… pero siempre es un gran momento para encontrar tu claridad.

Mientras leía la experiencia de Néstor, sentí la necesidad de invitarte a algo más profundo. No se trata de prepararse solo con linternas y plantas eléctricas. Se trata de estar listos espiritualmente, emocionalmente, humanamente. Porque cuando se apagan las pantallas, los títulos y las poses, ¿qué queda? Queda lo esencial. Queda tu voz interior, tu conexión con otros, tu capacidad de sostenerte y sostener. Queda lo que no se puede comprar, pero sí cultivar.

Y eso, querido lector, requiere entrenamiento. Requiere una visión integral de la vida, donde la tecnología no reemplace la humanidad, donde el confort no asfixie la empatía, donde el éxito no borre el servicio.

No es casualidad que mi empresa se llame Todo En Uno. Porque desde 1995 entendí que no podíamos seguir separando lo humano de lo digital, lo espiritual de lo práctico, lo profesional de lo trascendente. El verdadero liderazgo —el que hoy necesitamos más que nunca— es el que sabe iluminar desde dentro. Incluso (y especialmente) en la oscuridad.

Pienso en la cantidad de personas que hoy se sienten apagadas aunque vivan en entornos llenos de pantallas encendidas. Pienso en los emprendedores que se olvidaron por qué comenzaron. En los padres que no recuerdan cuándo fue la última vez que cenaron sin celulares. En los jóvenes que no entienden el valor de una vela porque nunca han sentido la oscuridad real.

Y me duele. Pero también me impulsa.

Porque la oscuridad no es el enemigo. Es una maestra que nos susurra: “Solo en la sombra puedes ver tu luz verdadera”.

¿Sabías que muchas de las grandes invenciones del mundo nacieron en contextos de caos o de falta? La radio, la imprenta, la bombilla… fueron respuestas a momentos donde algo faltaba. Así también nacen las mejores versiones de nosotros: cuando aceptamos que la falta es un espacio para la creación, y no una condena.

Cuando nos detenemos, cuando nos desconectamos, cuando se va la luz… nace el silencio. Y en el silencio es donde empiezan las mejores conversaciones con uno mismo.

Tal vez este blog no te traiga respuestas, pero sí te deja una invitación: apaga por unos minutos tus dispositivos, tu agenda y tus pensamientos acelerados. Quédate contigo. Pregúntate: ¿Estoy encendido por dentro o solo conectado por fuera?

Como empresario, como mentor, como ser humano… creo con firmeza que las verdaderas crisis no se resuelven solo con planes de contingencia. Se resuelven con sentido. Y el sentido no se enciende, se encuentra.

Así que si alguna vez te toca vivir tus propias “doce horas sin luz”, no te desesperes. Obsérvalo como un acto de misericordia de la vida, que te recuerda que no todo depende del voltaje, sino del valor con que afrontas cada momento.

La luz más poderosa no es la que viene del techo, sino la que habita en el pecho.

Gracias, Néstor, por tu texto. Gracias a ti, lector, por permitirme compartir esta reflexión. Si esto resonó contigo, no te lo guardes. Hay muchas personas viviendo apagadas y no lo saben.

Si sientes que últimamente tu vida está “conectada”, pero no “encendida”… te invito a hablar. No para darte respuestas, sino para ayudarte a formular las preguntas correctas. Agenda una conversación sin máscaras, sin poses. Solo tú, tu camino… y tu luz por redescubrir.

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