¿Puede un líder ser genuino si su liderazgo se construye sobre una ilusión? ¿Y si esas ilusiones, por muy populares que parezcan, fueran en realidad trampas sofisticadas que han truncado silenciosamente el crecimiento de miles de organizaciones y vidas humanas?
Hace décadas, cuando emprendí este camino de formar, acompañar y transformar organizaciones desde la raíz, me encontré con líderes que eran brillantes en lo técnico, pero profundamente desconectados de la humanidad. Y no me refiero a su equipo, me refiero a la suya propia. Personas que llevaban con orgullo el título de "gerente", "CEO" o "líder", pero cuyos actos, decisiones y formas de comunicarse estaban contaminadas por ideas que, aunque vendidas como sabiduría organizacional, eran falacias. Verdades a medias que no soportaban el peso de una mirada humanista, espiritual y consciente.
La primera falacia que me encontré –y que muchos aún repiten como dogma– es que el liderazgo tiene que ver con el líder. Con sus atributos, sus fortalezas, su estilo, su carisma. Es decir, como si el mundo girara en torno a él y no a la danza colectiva entre seres humanos que buscan un propósito compartido. Recuerdo un caso puntual en los años noventa: una empresa de tecnología en Bogotá, dirigida por un gerente que había estudiado en el exterior y tenía una visión empresarial "de avanzada". Pero todo giraba a su alrededor. Su equipo no opinaba, solo ejecutaba. Y claro, el negocio funcionó... hasta que dejó de hacerlo. Porque lo que parecía eficiencia era en realidad silencio. Silencio incómodo, resignado, que terminó en rotación, apatía y una fuga de talento que lo dejó solo, rodeado de sistemas pero vacío de humanidad.
Años después, me crucé con la segunda trampa: la idea de que liderar es escalar jerarquías. Que se es líder porque se "está arriba", porque se manda y se espera obediencia. Y sin embargo, en todas las organizaciones donde he visto verdadera transformación, los líderes no ocupaban oficinas aisladas ni se refugiaban tras títulos rimbombantes. Eran aquellos que se sentaban en círculo con su equipo, que preguntaban más que afirmaban, que estaban dispuestos a aprender del más joven, del más humilde, del más nuevo. Vi esto de forma conmovedora en un pequeño centro educativo en Medellín, donde el "director" era también quien barría el aula, compartía el almuerzo con sus alumnos y sabía el nombre de cada uno de sus colaboradores. Ahí entendí que el liderazgo auténtico no se impone, se encarna.
La tercera falacia –quizá la más popular de estos tiempos– es la del "empoderamiento". Se nos ha dicho que debemos empoderar a nuestros colaboradores, como si nosotros tuviésemos el poder y generosamente lo otorgáramos. ¡Qué trampa tan sutil y arrogante! Nadie puede empoderar a otro. El poder ya habita en cada persona. Lo que un líder consciente hace es no estorbar, es quitar el miedo, es crear las condiciones para que ese poder se manifieste. Me marcó mucho una experiencia en Cali, con una mujer afrocolombiana que dirigía una cooperativa de mujeres desplazadas. Ella no hablaba de liderazgo, ni de empoderamiento. Solo decía: "Mi labor es recordarle a cada hermana que puede". Y en esa simpleza, había más verdad que en cien conferencias corporativas.
¿Y por qué todo esto importa más que nunca? Porque estamos en un punto de inflexión. Por siglos creímos que el milagro de pensar, crear y decidir era únicamente humano. Hoy, una creación nuestra, la Inteligencia Artificial, irrumpe no para sustituirnos, sino para desafiarnos a evolucionar. El paradigma se rompe, y con él, la zona de confort en la que nos refugiamos. Ya no basta con pensar, hay que replantear qué es la inteligencia, qué es la conciencia y cuál es nuestro verdadero rol como especie. ¿Estamos preparados para coexistir con una inteligencia no biológica que aprende, decide y, en ocasiones, acierta más que nosotros?
Yo creo que sí, pero solo si abandonamos el modelo de liderazgo que nos trajo hasta aquí. Uno que ha sido útil, pero que hoy es insuficiente. Necesitamos un liderazgo que no tema a la horizontalidad, que entienda que liderar es servir, y que reconozca que el conocimiento no está en la cúspide, sino en la red viva que somos todos. Solo así estaremos a la altura del nuevo tiempo. Un tiempo donde lo técnico debe integrarse con lo ético, lo espiritual con lo organizacional, lo visible con lo invisible.
Y si has llegado hasta aquí, querido lector, te propongo algo: revisa tu propia experiencia de liderazgo. ¿Has caído, como yo, en alguna de estas falacias? ¿Te atreves a cuestionar tus certezas, a abrirte a nuevos modos de liderar, a dejarte transformar por la voz de aquellos que no suelen tener micrófono?
Si algo de esto resuena contigo, te invito a que conversemos. No para darte respuestas, sino para abrir preguntas. De esas que pueden cambiarlo todo.
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