La peor clase que nos dieron en el colegio

 


Una herida silenciosa que seguimos cargando

No se trataba de matemáticas, química o geografía.

La peor clase que nos dieron en el colegio no fue de contenido…
fue la que nos enseñó, sin palabras, que el error era sinónimo de fracaso.
Que equivocarse era vergonzoso, que preguntar podía ser ridículo y que la obediencia valía más que el pensamiento crítico.
A esa clase no le pusieron nombre. Pero todos la pasamos. Y muchos aún no la hemos desaprendido.

El artículo de Néstor Santos en LinkedIn, “La peor clase que nos dieron en el colegio”, no solo remueve memorias; toca una herida colectiva: la educación que forma mentes obedientes pero no almas libres.
Y es desde ahí —desde esa raíz— que nace este blog, para replantearnos no lo que aprendimos, sino cómo fuimos enseñados a aprender.

Las cicatrices invisibles del aula

Muchos de los adultos que hoy acompañamos, lideramos o inspiramos —ya sea en empresas, comunidades o familias— tienen heridas que nacieron en el colegio:

  • La vez que se burlaron del que lloró.

  • El castigo por hablar desde la intuición.

  • La nota que descalificó la creatividad porque “no era lo que se pedía”.

  • El silencio aprendido para evitar ser juzgado.

Se nos enseñó a seguir instrucciones, pero no a escuchar nuestras emociones.
Se nos entrenó para resolver problemas matemáticos, pero no para gestionar conflictos internos.
Nos enseñaron a competir, pero no a cooperar.
A cumplir, pero no a preguntarnos por qué.

¿Y si esa fue la peor clase?

La que nos formó para ser productivos… pero no plenos.
La que nos premió por memorizar… pero no por comprender.
La que nos enseñó a hablar en tercera persona, evitando sentir en primera.
La que confundió educación con domesticación.

En esa clase no había un solo docente, sino un sistema completo.
Uno que sigue premiando el conformismo y castigando la autenticidad.
Y que, aún hoy, se refleja en nuestras empresas, nuestros liderazgos y nuestros silencios.

El impacto en la adultez

Años después, en espacios laborales, organizacionales o personales, notamos las secuelas:

  • Profesionales brillantes que dudan de sí mismos por temor a equivocarse.

  • Líderes que buscan controlar en vez de inspirar.

  • Equipos que compiten entre sí como si aún esperaran una calificación final.

  • Personas que sienten que tienen que pedir permiso para sentirse valiosas.

Todo eso no lo aprendimos en la universidad ni en el primer empleo.
Lo aprendimos desde pequeños, cuando nos formaron más para encajar que para ser.

Reaprender: el gran desafío

No se trata de culpar al colegio, a los profesores o al pasado.
Se trata de tomar conciencia de lo que hoy aún llevamos dentro, y decidir conscientemente qué clase queremos vivir de aquí en adelante.

¿Y si diseñamos otra clase?

Una donde:

  • Se valore el error como parte del aprendizaje.

  • Las emociones tengan espacio.

  • El respeto no se imponga, sino que se inspire.

  • La creatividad no sea un lujo, sino una necesidad.

  • Se enseñe a cooperar antes que a competir.

Esa clase no está en los libros de texto.
Está en las conversaciones honestas, en los entornos seguros, en los líderes conscientes.
Está en ti, en mí… en todos los que estamos despiertos.

Un ejemplo real

Hace poco, en una charla con un grupo de jóvenes líderes, uno de ellos —con apenas 22 años— se quebró al contar que aún sentía miedo de hablar en público porque una vez, en el colegio, lo corrigieron con sarcasmo delante de todos.

Han pasado más de 10 años… y la herida sigue allí.
No por falta de conocimiento, sino por ausencia de acompañamiento emocional.
Lo abracé, como mentor y como ser humano. Y le dije:
“No necesitas que te escuchen perfecto. Solo necesitas que te escuchen real.”
Y habló. Y tembló. Y luego floreció.

¿Qué clase quieres dar tú?

Porque hoy muchos somos líderes, formadores, jefes, padres o guías.
La pregunta no es qué clase recibimos, sino:
¿qué clase estamos replicando?
¿Educamos desde el miedo o desde la confianza?
¿Reproducimos etiquetas o liberamos potencial?

Si queremos una sociedad más humana, más consciente y más justa,
tenemos que empezar por cambiar la clase que damos cada día con nuestro ejemplo.

“Por siglos creímos que el milagro de pensar, crear y decidir era únicamente humano.

Hoy, una creación nuestra, la Inteligencia Artificial, irrumpe no para sustituirnos, sino para desafiarnos a evolucionar.
El paradigma se rompe, y con él, la zona de confort en la que nos refugiamos.
Ya no basta con pensar, hay que replantear qué es la inteligencia, qué es la conciencia y cuál es nuestro verdadero rol como especie.
¿Estamos preparados para coexistir con una inteligencia no biológica que aprende, decide y, en ocasiones, acierta más que nosotros?”
Julio César Moreno Duque

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Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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