¿Cuánto estás dispuesto a pagar por el éxito?
Es una pregunta incómoda, lo sé. Pero si has llegado hasta aquí, tal vez ya lo estés pagando… y ni siquiera te has dado cuenta.
Durante años, confundimos progreso con productividad, liderazgo con hiperactividad, resultados con realización. Aprendimos a aplaudir al que madruga, al que no se desconecta, al que no falla nunca. Pero nunca preguntamos si ese mismo “ejemplar de éxito” duerme en paz, si tiene una relación sana con su cuerpo, su familia, su espiritualidad. Si se siente vivo.
Y en esa omisión… perdimos el alma del liderazgo.
Trabajólico: el nuevo adicto funcional
En más de tres décadas como mentor, he visto cómo se normaliza el agotamiento crónico en empresarios, emprendedores y ejecutivos de alto nivel. No lo llamamos por su nombre, pero es adicción. No a una sustancia, sino a una forma de validación: la del hacer sin parar.
Pero… ¿a qué costo?
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Relaciones rotas o superficiales.
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Ansiedad silenciada con café, redes o más trabajo.
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Dificultad para disfrutar sin culpa.
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Desconexión del cuerpo.
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Incapacidad de estar presente.
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Vida espiritual en pausa.
Eso no es éxito. Eso es rendimiento vacío. Es sobrevivir en piloto automático con una sonrisa funcional.
El mito de la resiliencia mal entendida
Nos enseñaron a resistir, a levantarnos sin que se note la herida, a “no dar papaya”. Pero nunca nos dijeron que resistir también puede ser una trampa. Que hay momentos donde rendirse no es debilidad, sino lucidez.
He visto líderes quebrarse en sesiones privadas, pidiéndome ayuda en voz baja. Gente brillante, reconocida, con diplomas y portadas… pero emocionalmente quebrados. ¿Sabes qué duele más? Que se sienten culpables por sentirse así. Porque “lo tienen todo”, ¿cierto?
Yo mismo viví ese umbral hace años. El cuerpo me frenó. La mente gritaba y no la escuché. La vida me paró, literalmente. Y entendí que ser fuerte no es cargar más, sino saber cuándo parar y soltar.
La trampa del propósito mal entendido
Muchos emprendedores dicen: “Amo tanto lo que hago, que no siento que trabajo”. Y sí, es hermoso amar lo que haces. Pero cuando ese amor se convierte en fusión tóxica —cuando no sabes dónde termina tu vida y comienza tu trabajo—, estás en peligro.
La clave está en equilibrar el fuego del propósito con la sabiduría del autocuidado.
Ejemplos que no quiero repetir
No los juzgo. Porque yo también fui uno de ellos. Pero por eso puedo decirlo con firmeza: si no te eliges a ti, tarde o temprano el sistema te va a cobrar.
¿Y si redefinimos el éxito?
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El descanso no es premio, sino parte de la estrategia.
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La salud emocional vale más que el KPI del trimestre.
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El tiempo con los hijos pesa más que la hora extra.
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El cuerpo es escuchado, no ignorado.
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La espiritualidad no es lujo, sino ancla.
Esto no es idealismo. Es supervivencia humana dentro de una economía hiperproductiva que ya no da más.
Y lo más hermoso es que cuando tú te eliges, todo a tu alrededor empieza a cambiar: el equipo respira, la cultura florece, la innovación surge desde la calma.
“Por siglos creímos que el milagro de pensar, crear y decidir era únicamente humano...”
(Fragmento del pensamiento de Julio César Moreno Duque)
Reflexión final: ¿vale la pena?
Recuerda: no viniste a este mundo a producir. Viniste a transformar. Y esa transformación empieza por ti.
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