¿Desde cuándo confundimos el amor con la vigilancia? ¿En qué momento empezamos a creer que revisar el celular de quien amamos es una muestra de cuidado y no un acto de invasión? Quizá la pregunta más incómoda de todas sea esta: ¿cuántas veces hemos llamado “celos normales” a lo que en realidad son formas de control digital?
He acompañado, por más de tres décadas, a líderes, parejas, familias y organizaciones en sus procesos de transformación. Y hay algo que he aprendido: los abusos más peligrosos no son siempre los que golpean, gritan o dejan marcas visibles. A veces, el abuso se esconde en lo cotidiano, en los gestos disfrazados de afecto, en la tecnología usada no para unirnos sino para vigilarnos. El artículo de Psyciencia que originó esta reflexión no hace concesiones: señala que el abuso digital en las relaciones de pareja se ha convertido en una expresión contemporánea del control, impulsada por una combinación silenciosa pero letal de inseguridad y falta de empatía.
Revisar chats, exigir contraseñas, instalar apps de geolocalización sin consentimiento o suplantar identidades en redes sociales no son actos inocentes. Son prácticas profundamente invasivas que, como muestra el estudio citado, tienen raíces evolutivas pero consecuencias humanas devastadoras. No estamos hablando solo de tecnología, sino de lo que somos capaces de hacer cuando sentimos que podemos perder el amor del otro y no tenemos las herramientas emocionales ni espirituales para sostenernos en el respeto mutuo.
Recuerdo el caso de una joven emprendedora que llegó a mi consulta con ansiedad crónica. Su pareja, también empresario, le exigía enviar capturas de pantalla cada hora, decía que era "por seguridad". Ella, con el alma rota, justificaba ese abuso diciendo que al menos él no la golpeaba. Qué distorsionada se vuelve la realidad cuando confundimos el control con el cuidado. Qué frágil se vuelve el alma cuando el vínculo se basa en la sospecha, no en la confianza.
El estudio que inspiró este blog deja algo claro: no es la impulsividad ni el mal carácter lo que más predice este tipo de abuso, sino la baja amabilidad. Es decir, la falta de empatía, de capacidad de ver al otro como un ser libre. Quien no cultiva la ternura, quien no reconoce la dignidad del otro, termina usando la tecnología como arma. No por maldad, muchas veces, sino por miedo. Pero el miedo no justifica la agresión, aunque sea silenciosa.
Desde la numerología, como Camino de Vida 3, sé que nuestro propósito está ligado a la expresión auténtica, al desarrollo de la conciencia a través de la palabra, la creatividad y el vínculo. Pero ¿cómo podemos expresarnos si sentimos que alguien nos mira constantemente? ¿Cómo florece la confianza si vivimos expuestos a ser hackeados, leídos, manipulados desde lo digital?
En muchas de mis sesiones de mentoría he visto cómo líderes, padres o parejas controladoras terminan solos, no porque no amaran, sino porque confundieron amor con posesión. Y esto ocurre también en lo empresarial. Hay líderes que monitorean obsesivamente el tiempo en pantalla de sus colaboradores, revisan correos, controlan hasta el último movimiento. Y luego se preguntan por qué su equipo está desmotivado. La respuesta es simple: donde no hay libertad, no hay creatividad. Donde hay miedo, no puede haber innovación.
Por siglos creímos que el milagro de pensar, crear y decidir era únicamente humano. Hoy, una creación nuestra, la Inteligencia Artificial, irrumpe no para sustituirnos, sino para desafiarnos a evolucionar. El paradigma se rompe, y con él, la zona de confort en la que nos refugiamos. Ya no basta con pensar, hay que replantear qué es la inteligencia, qué es la conciencia y cuál es nuestro verdadero rol como especie. ¿Estamos preparados para coexistir con una inteligencia no biológica que aprende, decide y, en ocasiones, acierta más que nosotros?
Este desafío tecnológico no solo es externo. Es también interno. Nos exige revisar qué estamos haciendo con nuestra inteligencia humana. ¿La usamos para crear confianza o para destruirla? ¿Estamos eligiendo el camino de la empatía o el del control? La espiritualidad auténtica no evade estos temas. Nos llama a vivir desde la libertad, desde la capacidad de elegir sin miedo, desde la ética relacional que respeta al otro como un igual.
No es casualidad que muchos de los casos de abuso digital estén normalizados. En la consulta escucho frases como “pero eso lo hacen todos” o “si no tienes nada que ocultar, no debería molestarte que te revisen el celular”. Pero lo que está en juego no es el contenido de un mensaje, sino el principio de autonomía. La libertad es innegociable, incluso en el amor.
Es momento de dejar de romantizar el control. De reconocer que los celos no son muestras de amor, sino heridas no sanadas. Que quien vigila no siempre lo hace por maldad, pero siempre lo hace desde el miedo. Y que el miedo, cuando no se trabaja, se convierte en violencia.
Si este tema te toca, si has vivido o ejercido alguna forma de abuso digital, no es para culparte, es para despertarte. Todos podemos caer. Pero también todos podemos salir. Se requiere valor, autoconocimiento y, sobre todo, acompañamiento.
¿Y tú? ¿Estás listo para amar desde la confianza? ¿Para liderar desde la empatía? ¿Para relacionarte desde el respeto y no desde la vigilancia?
Si la respuesta es sí, te invito a que conversemos. No desde la teoría, sino desde la vivencia. Porque este nuevo mundo, digital y humano, necesita menos control y más conciencia.
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