Me enamoré a primera vista, pero terminó siendo una pesadilla. La sigo amando’




Lloré con desconsuelo durante horas, días, meses y años, hasta que mis lágrimas se agotaron.

En #MensajeDirecto, esta es la historia de un hombre que sufrió un amor no correspondido.

un formato busca darle un espacio a sus lectores para contar aquellas historias de amor o vivencias personales que se consideran poco comunes. Aunque usted no lo crea, alguien se identificará con su relato. No olvide que, en medio de las diferencias, todos reímos y sufrimos en el mismo idioma. Conozca esta nueva historia.

Era 1992 cuando conocí a la persona que iba a amar por el resto de mi vida, pero que también me haría vivir el dolor más intenso. Esta es mi historia y la de un amor que aun después de 30 años no he logrado olvidar.

Recuerdo que un día de ese loco año regresaba a Bogotá después de una corta visita a mi madre en Bucaramanga. Si bien para ese momento trabajaba en el aeropuerto El Dorado, el viajar en autobús se convertía en una terapia que me permitía distanciarme por un rato de los aviones.

Como de costumbre, el autobús realizó una parada rutinaria sobre la vía principal de un pequeño municipio a mitad de camino entre estas dos ciudades. Cuando el conductor abrió la puerta, una muchacha delgada y de finos rasgos se acercó al vehículo para preguntar si este iba para Bogotá.

Ante la respuesta afirmativa del conductor, ella procedió a subir de inmediato. De hecho, como yo iba en el primer puesto, del lado de la ventanilla, pude percatarme claramente de la escena.

Acto seguido, la chica, con voz suave, me preguntó si la silla a mi lado estaba ocupada. Le contesté que no y entonces ella se sentó junto a mí. Observé con discreción su rostro; era bello, delicado, lejano y ajeno.

La conocí en un bus y fue amor a primera vista.

Ella se bajó del vehículo en el norte de Bogotá, no sin antes darme su número de teléfono

No obstante, pasados algunos segundos y ya saciada mi curiosidad, regresé de nuevo a mi silencio, el cual fue interrumpido de pronto por el interés que aquella muchacha, hasta ese momento desconocida, mostraba por el sombrero que llevaba yo en mis rodillas, y que había comprado durante el viaje.

Ella quería observarlo. Le dije que sí. Lo tomó en sus manos, lo detalló unos instantes y me lo devolvió. Cruzamos algunas palabras, me contó que era odontóloga, que su familia procedía de aquella región y que estaba haciendo el año rural en un hospital de un pequeño pueblo cercano.

Luego de sostener durante casi cuatro horas una amable y amena conversación con mi ocasional compañera de viaje, ella se bajó del vehículo en el norte de Bogotá, no sin antes darme su número de teléfono.

La observé de nuevo unos instantes mientras descendía del bus. Luego de eso, me sumergí otra vez en mis pensamientos hasta el final de mi viaje en el sur de la ciudad, donde vivía por aquel entonces.
‘La extrañaba y por una desconocía razón la llamé’



'La llamé para de nuevo'.

Regresé a mi rutina del aeropuerto, aunque, de vez en cuando, mi corazón, por alguna extraña razón, hasta hoy desconocida, me decía que tenía que llamar a esta chica.

Hablamos algunos minutos y al terminar quedamos en encontrarnos pronto para charlar más extensamente y comer algo por ahí, cosa que jamás sucedió.

No obstante, sobre mediados de febrero de 1993, decidí tomar unos días compensatorios para descansar e ir a la terminal de autobuses y elegir un destino cercano al azar.

Ese día, sin embargo, haciendo eco a un extraño y fuerte impulso o presentimiento, tomé la decisión de ir a visitar a mi amiga lejana. Y así lo hice.

Sin dudarlo, me levanté como impulsado por un resorte y la abordé

Después de cuatro horas, arribé a aquella pequeña ciudad donde ella había abordado el autobús cinco meses atrás.

Para ese entonces, mi corazón latía con más fuerza y ansiedad, en la medida en que mis pasos me acercaban a la puerta de aquel hospital. Le pregunté a una enfermera que apareció cerca de la entrada, si mi amiga se encontraba allí en ese momento. Con amabilidad me contestó que no, que estaba en una reunión en el hospital del municipio, pero que, si me apuraba, la podía alcanzar. No lo pensé dos veces; regresé por donde había llegado, impulsado por una fuerza más poderosa que mi propia racionalidad; ubiqué el hospital y, una vez allí, me senté a esperar a que la dichosa reunión finalizara.

De pronto estaba ahí, a la salida del salón de conferencias. La reconocí de inmediato. Sin dudarlo, me levanté como impulsado por un resorte y la abordé; ella se sorprendió de inmediato al verme y no era para menos.

Me preguntó qué hacía ahí y yo le contesté que, como no había sido posible encontrarnos en Bogotá en todos esos meses, había tomado la decisión de pasar a saludarla a su propio trabajo.

Me dijo entonces que la esperara un momento, que debía llenar algunos papeles y que luego iríamos a su casa. Agradecí su gentileza y hospitalidad.
‘No sé, pero creo que estoy enamorado de ti’


La casa resultó ser en realidad una enorme vivienda campestre, hermosa y acogedora. Nos sentamos en el recibidor y ella me ofreció algo de tomar. Hablamos de muchas cosas durante una o dos horas, al cabo de las cuales me preguntó qué pensaba hacer.

Le pedí que me recomendara algún hotelito por ahí cerca para pasar la noche. Sin embargo, ella me propuso que, sin reparos, aceptara quedarme en una casita de descanso que su familia tenía en un condominio a unos pocos minutos de allí.

Acepté algo avergonzado, pero para ese momento ya se abatía sobre nosotros un crepúsculo orlado por los últimos rayos de sol, el cual dio paso a una oscuridad acrecentada por el apagón instaurado por el gobierno de entonces.




'En una sola noche me entregó todo lo que una mujer me puede dar'

Poseído por un impulso incontenible, pasé con delicadeza mi brazo sobre su espalda y, acto seguido, comencé a besarla

Nos sentamos en el borde de la piscina y con nerviosismo sentía a mi lado su tibieza, su respiración, su perfume, su belleza, su fragilidad.

De súbito, no sé desde qué rincón desconocido de mi corazón, una frase que exigía ser liberada de inmediato, brotó con fuerza huracanada de mis labios: “No sé, pero creo que estoy enamorado de ti”.

Ella volteó a verme, sorprendida, y nos quedamos en silencio unos instantes. Luego, con suavidad y ternura, ella recostó su cabeza sobre mi hombro y entonces yo, poseído por un impulso incontenible, pasé con delicadeza mi brazo sobre su espalda y, acto seguido, comencé a besarla.
‘Del amor al dolor en una sola noche’

Transcurrido un rato, nos dirigimos a la casita, en donde continuamos con los besos y las caricias.

Ella encendió entonces un pequeño equipo de sonido y sintonizó una emisora en la que sonaba en ese momento una balada de la cantante mexicana Lucía Méndez, llamada ‘Amo todo de Ti’. Le expresé con sinceridad que para mí sería muy sublime si alguna vez una mujer me dedicara esta canción. Ella me miró fijamente unos instantes y luego me dijo: “yo te la dedico”.

Lo que pasó luego, más allá de la intimidad, fue sólo el encuentro tormentoso de dos mundos, de dos almas solitarias, sin final feliz, para mi dolor.

La amé aquella noche, y la amaría todas las demás noches por el resto de mi existencia

Estábamos en dos realidades totalmente diferentes, la de la niña rica y bella y la del muchacho humilde y soñador.

No existen palabras que puedan describir las diversas sensaciones vividas en esos momentos: pasión y ternura, amor y temor, dolor y llanto.

La amé aquella noche, y la amaría todas las demás noches por el resto de mi existencia. Sin embargo, muy en el fondo presentía que, cuando los rayos del sol salieran, otra realidad me acechaba. Y estaba en lo cierto.
‘El sufrimiento de un amor no correspondido’



Sólo puedo agradecer a aquella chica que me entregó todo lo que una mujer puede dar en una vida.

Al amanecer, su rostro había adquirido dureza, quizá por el remordimiento. Ese día, para mi pesar, no era el inicio de una bella historia de amor, sino el prólogo aciago de una terrible e interminable pesadilla en la que yo sería el protagonista principal.

Le pregunté con temor si la había lastimado y ella asintió con la cabeza. Luego permaneció abstraída unos minutos en sus propios pensamientos, al cabo de los cuales volteó a verme inquisitivamente y, como preguntándose a sí misma, me cuestionó: “¿Y ahora qué?”

La contemplé entonces extasiado, con todo el amor y ternura de que era capaz en ese instante; le pedí perdón por todo lo ocurrido; le dije que mi intención no era esa y que debía ser ella quien decidiera el futuro de nuestra relación, si bien la respuesta se evidenciaba con nitidez en la frialdad pétrea de sus bellos ojos color miel.

‘Lloré en silencio durante horas’

Lloré con desconsuelo durante horas, días, meses y años, hasta que mis lágrimas, literalmente, se agotaron.

Regresé de inmediato a Bogotá por petición suya; trayecto durante el cual lloré en silencio y sin que los demás pasajeros se dieran cuenta.

Llegué a mi pequeño apartamento, no sentía hambre a pesar de no haber comido nada en las últimas veinte horas, y me lancé sobre la cama.

Lloré con desconsuelo durante horas, días, meses y años, hasta que mis lágrimas, literalmente, se agotaron.

Los días postreros a este efímero y bello sueño se convirtieron en el despertar de una horrenda y dolorosa pesadilla.

A los quince días de aquella imborrable noche, acordamos una cita en Bogotá, en su apartamento. Se mostró amable, suave y delicada en el trato, como siempre.

Sin embargo, se sinceró conmigo aclarándome que, si bien lo que había pasado entre nosotros había sido algo muy especial, ella quería seguir su camino y explorar otros escenarios de los que yo, obviamente, estaba excluido.

Guardé silencio, me sentí impotente. Lloramos juntos al darnos el adiós.
El repetido encuentro que se convirtió en obsesión

Si bien tuve algunos amoríos por aquellas tierras, nunca pudieron reemplazar a la mujer que realmente amaba

Los meses siguientes estuvieron enmarcados por situaciones similares, de llanto y despedida, de incapacidad suya por no poder amarme y de imposibilidad mía por no poder dejar de amarla.

A mediados de año, ella viajó fuera del país, y entonces yo caí en un pozo de dolor mucho más profundo e interminable.

Lo único que me rescató fue la posibilidad de poderme ir también fuera del país. Estudié dos años en España, por cuenta de las Naciones Unidas y con el aval de la institución del Estado para la cual yo trabajaba por ese entonces.

Los dos años de mi estancia en Europa estuvieron matizados por muchas situaciones de todo orden, aunque, si bien tuve algunos amoríos por aquellas tierras, nunca pudieron reemplazar a la mujer que realmente amaba.




Ella quería seguir su camino y explorar otros escenarios de los que yo, obviamente, estaba excluido.

Como era de esperarse, regresé a Colombia a mediados de 1995, cargando el mismo dolor y desesperanza con el que me fui, y entonces vino el inevitable reencuentro, el abrazo cálido y eterno, los besos furtivos tantos meses añorados, las palabras desgastadas y desgarradas por el tiempo.
El adiós definitivo




'Guardé silencio, bajé la cabeza, sonreí con una mueca de amargura, respiré profundo y la miré de nuevo y por última vez'

A mediados de 1996, de nuevo concertamos una corta cita para tratar algún tema particular, el cual resultaría ser, ahora sí, el adiós definitivo.

Con gran nitidez recuerdo que nos detuvimos un instante a la salida de un icónico centro comercial del norte de Bogotá, mientras la tarde fría y gris se derrumbaba lentamente sobre nosotros, presagio de la estocada final a mi maltrecho corazón.

A continuación, pronunció las palabras que siempre temí escuchar de sus labios: “Quiero pedirte un favor, nunca más me vuelvas a llamar, nunca más me vuelvas a buscar… ¿me lo prometes?” Esta vez fui yo quien asintió con la cabeza.

Mordí mis labios, me sentí desfallecer ante la carga insoportable de mi frustración y mi dolor, por lo que solo atiné a decir: “Creo que es mejor así”.

A continuación, le pregunté si estaba enamorada, y ella me respondió que sí. Dios mío, no existen palabras que puedan expresar lo que sentí en ese instante; mis piernas flaquearon por unos instantes, pensé que me derrumbaría allí mismo.

Luego de unos minutos, no sé cuántos, salí de mi ensimismamiento, a la par que ella salía de mi vida para siempre

Guardé silencio, bajé la cabeza, sonreí con una mueca de amargura, respiré profundo y la miré de nuevo y por última vez, mientras ella tomaba un taxi y se alejaba. Luego de unos minutos, no sé cuántos, salí de mi ensimismamiento, a la par que ella salía de mi vida para siempre.

A fin de poder cumplirle tan difícil promesa, me dediqué a estudiar otra carrera y, a comienzos del año 2000, entablé una relación con una chica muy especial que trabajaba allí en el aeropuerto, con la cual tuvimos de inmediato una gran empatía y con quien me casé tres meses después.

Hace poco cumplimos 22 años de matrimonio, tenemos un hijo de 20 años y una hija de cuatro patitas. Vivimos en Cali, mi tierra natal, y, en términos generales, puedo decir que gozamos de un hogar estable, armónico y feliz.

Sin embargo, hoy, desde la racionalidad, paz y sabiduría de mis 63 años, sólo puedo agradecer a aquella chica que me entregó todo lo que una mujer puede dar en una vida, en una sola noche, para hacerme entender que el verdadero amor, más allá de las diferencias económicas y sociales, del dolor que pueda causarnos, de lo irracional y cruel que parezca a veces, no sólo existe, sino que puede llegar a ser lo más puro, grande, sublime e imperecedero de todo el Universo.

P.D. Dedicado a AO, donde quiera que se encuentre, y que la felicidad y el amor verdadero, sean pieza y pilar fundamentales de su cotidianeidad.

¿Tiene una historia de amor curiosa o poco común? Nos interesa conocerla y publicarla en #MensajeDirecto. Escríbala y envíela a los correos mararb@eltiempo.com y niccor@eltiempo.com y lo contactaremos. Debe tener un mínimo de extensión de dos hojas y un máximo de cuatro hojas.
Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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