Cada vez son más las personas que rechazan viajar en avión debido a la gran cantidad de gases de efecto invernadero que causa el transporte aéreo. Este movimiento, conocido bajo el término sueco "Flygskam", defiende la idea de apostar por vehículos más sostenibles como el tren.
Flygskam o la verguenza de volar
Vivir de espaldas al planeta es algo que ya no podemos permitirnos, vista la degradación de nuestros ecosistemas a causa del calentamiento global. Así lo piensan también aquellas personas que abrazan el flygskam, una palabra de origen sueco que surgió hace más de una década y que significa, literalmente, “vergüenza a volar”. Quienes apoyan este movimiento, que ya se ha internacionalizado con la creación de la plataforma Stay Groundend, es decir, “quedarse o permanecer en tierra”, saben perfectamente las consecuencias medioambientales que un solo vuelo puede tener en la atmósfera. Para contrarrestar esta fuerte emisión de gases de efecto invernadero, muchas personas han decidido dejar de volar en favor de otros transportes menos contaminantes como es el caso del tren. Un efecto “silla vacía” que deja aviones a medio completar porque ahora, y siempre que se pueda, hay quienes prefieren viajar sobre tierra.
Greta Thunberg fue de hecho una de las primeras voces, o al menos la más visible, en reivindicar la idea del flygskam. En 2019, la joven activista sueca se negó a volar para acudir al Foro Económico Mundial en Davos y lo hizo en tren, mientras que el resto de mandatarios lo hacía en aviones privados. Una imagen que dio la vuelta al mundo acompañada de titulares y noticias al dinamitar por los aires la idea de que viajar en avión es la mejor manera de llegar a tu destino. Pero hasta el eslogan cae por su propio peso. Puede que volar sea la opción, la más rápida y cómoda, pero también es una de las más contaminantes.
Los datos ofrecidos por la Agencia Europea de Medio Ambiente lo confirman:
Viajando en tren un pasajero emite 14 gramos de dióxido de carbono por kilómetro, en comparación con los 285 gramos emitidos si se desplaza en avión.
En España, por ejemplo, el trayecto Barcelona-Madrid, supone hasta casi 7 veces más de emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera viajando en avión que haciéndolo en tren. Esta ruta bastante habitual, y que tiene un recorrido aproximado de unos 500 km en línea recta, implica una emisión de 17,2 kg de dióxido de carbono viajando en tren, 65,6 kg en coche y 115kg en avión. Los cálculos hablan por sí solos demostrando que, ante la posibilidad de coger un transporte u otro, en términos medioambientales, el avión sale perdiendo.
De hecho, la pandemia ha sido el escenario perfecto para poner en práctica esta “vergüenza a volar”, debido a la imposibilidad de viajar fuera de nuestras fronteras. En su lugar, han aparecido nuevos amantes del turismo nacional que se desplazan entre las distintas regiones con tren: un transporte cómodo, de fácil acceso, flexible, económico y, como no, mucho más sostenible y comprometido con el medioambiente que el avión.
Nuevas modalidades de viaje
Hace unas décadas, cuando la aviación comercial protagonizaba la lista de preferencias de miles de viajeros, era extraño pensar en el flygskam. La vergüenza no estaba en volar, sino en no volar, ya que la tendencia era recorrer cientos de ciudades, tachar listas de destinos y coger un avión, al menos, dos veces al año.
Ahora, sin embargo, a pesar de que la fiebre de recorrer el mundo continúa en pie, están volviendo a resurgir viejos movimientos hippies y contraculturales como el Van Life o “vida en furgoneta”. Este tipo de turismo, más bien enfocado a vivir literalmente en una furgoneta camperizada o en autocaravana, implica desplazamientos seguros, cómodos y mucho más sostenibles que viajar en avión.
Lo que cabe ahora preguntarnos es la verdadera dimensión de este tipo de turismo más slow y consciente. Porque, a fin de cuentas, la realidad es que la mayoría de personas continúan viajando en avión al ser la opción más barata, sobre todo, teniendo en cuenta el gran abanico de posibilidades low cost que existen.
En España, en muchas ocasiones, es más barato viajar en vuelo de Barcelona a Valencia que hacerlo en tren, a pesar del consecuente gasto ambiental que esto supone en un vuelo de tan pocos kilómetros.
Mientras tanto, países como Alemania, Francia, Suecia o el Reino Unido ya han aprobado impuestos sobre el uso del transporte aéreo para tratar de desincentivar el uso del avión en favor de alternativas menos dañinas para el medioambiente.
Pero no solo eso, Francia, por su parte, prohibió el pasado mes de abril los vuelos domésticos que tuvieran una alternativa en tren de menos de dos horas y media. ¿El objetivo? Evitar que el viajero de tren tenga que pagar más que el de un vuelo, además de apostar por otros modelos mucho más sostenibles. Quizá con el tiempo, “la vergüenza a volar” deja de ser un tema de unos pocos y se convierte en una prioridad tangible dentro de la agenda política.