5 consejos para aprender a perdonar (y vivir mejor)

No se trata de olvidar ni de renunciar a las medidas legales pertinentes. Es cuestión de no pasarnos toda la vida pensando en venganza como forma de no generarnos más dolor.


La reacción normal cuando nos hacen daño es querer devolverla. Es natural y se entronca con la esencia misma del ser humano de autodefensa. Ahora bien, mantener una actitud prebélica durante demasiado tiempo, incluso cuando quien nos ha hecho daño ya no está cerca y ni siquiera es consciente de nuestras maquinaciones, se vuelve contra nosotras. Para odiar hay que tener muy presente por qué odiamos. Y eso se convierte en una losa de resquemor que una y otra vez nos devuelve a aquel momento en que nos hicieron daño y nos impide sanar por completo. Es quedarse ancladas en ese momento terrible, sin pasar página y sin que esa actitud resuelva algo.

Al margen de connotaciones religiosas o ideológicas, los psicólogos sugieren el perdón como estrategia para avanzar sin lastres. Y, aunque no lo parezca, para evitarnos sufrir más de los deseable. ¿Sabes qué beneficios tiene el perdón para tu bienestar?

Evitarte sufrir más

Por paradójico que resulte, jurar venganza solo suele servir para alargarte el sufrimiento. Dado que ya no vivimos ni en la Juego de Tronos ni en el lejano Oeste por mucho que fantasees con hacérselas pagar a quien te hizo daño, lo más probable es que nunca puedas cobrarte la afrenta. «Para seguir alimentando ese deseo de venganza o rememorar la injusticia que te han hecho, la herida se abre y duele como si volvieras a estar en esa situación», señala José Antonio García Higuera, director del Centro de Psicología Clínica y Psicoterapia. Así que, lejos de dañar al agresor, eres tú misma quien vuelve a sufrir.

Descargar la mente

Imagina que tu cabeza es un ordenador. Ahora piensa que dedicas la mitad del disco duro a imaginar cómo vas a vengarte de esa amiga que te quitó al novio del instituto o de ese vecino con el que discutiste en aquella junta hace ya años. «Se trata de evitar que hacer justicia se convierta en el centro de tu vida, en el centro de tus acciones y que dificulte tu avance en otros de tus intereses, objetivos y valores». Por supuesto, perdonar no implica volver a abrir las puertas a quien nos hizo daño, por ejemplo, en el caso de un maltratador. Habrá que poner distancia para que no lo vuelva a hacer y dejar que la Justicia siga su curso. Perdonar significa no dedicar tiempo a fantasear con lo que le sucederá en la cárcel. No dedicar esfuerzos al mal nos permitirá centrarnos en otras facetas de la vida. Con el tiempo lo más normal es que el olvido mitigue el dolor.

Ser mejor persona

¿No te resultan cargantes esas personas que siempre andan vetando a otros por viejas rencillas? ¿Y esas que siempre critican o que tienen una coletilla negativa hacia terceros? El afán de venganza, aunque no lo creamos, se nota. Y crea repulsión. Tampoco nos deja mostrar lo mejor de nosotras. En su lugar, seremos esa chica amargada y cascarrabias. Perdonar, dejar de desear el mal a otros, nos va a facilitar las relaciones sociales. En caso de ser tú quien asume que algo ha hecho mal y decide pedir perdón, ese proceso de empatía, de ponerte en lugar del otro y acercarte a sus sentimientos «te ayuda a analizar tu propia conducta y a definir estrategias para que no vuelva a ocurrir», apunta este psicólogo.

Recuperar a la persona que nos hizo mal

¿Cuántas veces no se nos ha ido de las manos una discusión y hemos dicho lo que no debíamos? ¿Realmente te merece la pena no volverte a hablar con tu hermana solo porque te insultó en aquella ocasión? Para García Higuera «hay varios pasos en el perdón. El primero consiste en dejar de hacer conductas destructivas abiertas y explícitas. Hay un segundo nivel que implica emprender conductas positivas hacia esa persona. Si hay una respuesta positiva por el perdonado, se puede llegar a restaurar la confianza en el agresor».

Mirar al futuro sin miedo

Cuando se la tienes jurada a alguien, evitas volverle a ver. Pero a veces será inevitable. Es el caso de esa cuñada que te hizo una jugarreta en Nochebuena. Puedes guardársela hasta diciembre o perdonarla para tus adentros. A fin de cuentas, volverás a sentarte a la mesa con ella la próxima Navidad en casa de tus suegros. «Ir con el hacha de guerra en ristre solo aumenta las posibilidades que el año que viene se repita ese conflicto. Perdonar nos libera de esa tensión», apunta David Gómez, coach de la Asociación Española de Coaching (ASESCO).
Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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