Comprar menos y hacerlo de forma más consciente es la única forma que tenemos de consumir poniendo nuestro grano de arena en la lucha contra el cambio climático. Para ello, debemos aprender a detectar y a evitar los falsos productos “verdes” que la industria nos vende como más ecológicos pero que mantienen las prácticas insostenibles de siempre.

Desde hace unos años, lo verde vende. Lo que antes era la preocupación de unos pocos ecologistas, ahora se ha convertido en una cruzada global contra el cambio climático y los devastadores efectos que tiene el consumo desmesurado de recursos y la posterior acumulación de residuos que se derivan de ello. La industria convencional lo sabe y, por eso, ha empezado a cambiar el discurso y a aprovechar esta nueva necesidad de “consumir más sostenible” con el fin evidente de seguir incrementando las ventas a la vez que ayuda a mantener limpia la conciencia de un consumidor más preocupado que nunca por la salud del planeta.
A veces existe una brecha inmensa entre la promesa y la realidad
El problema de este tipo de marketing verde, que nos promete que los productos o los servicios que compramos son más “naturales” o más “sostenibles”, es que a veces existe una brecha inmensa entre la promesa y la realidad. A menudo, estos reclamos publicitarios son exageraciones o distracciones que enaltecen las bondades de un envase o de un método de producción, minimizando el impacto global de ese producto, que no respeta los principios básicos de la economía circular y que, por tanto, no podemos considerar como sostenible.
Se trata de las conocidas estrategias de Greenwashing, un término inglés muy utilizado en los últimos años que hace referencia al lavado de cara o al blanqueo de imagen que muchas empresas están haciendo con el fin de presentarse como más verdes y poder así seguir siendo competitivas para un consumidor que premia la sostenibilidad. Sin embargo, no son más que maniobras hipócritas que solo crean confusión y que contribuyen a desdibujar las estrategias realmente efectivas para luchar contra la emergencia climática.

Cuando podemos considerar sostenible un producto o un servicio
Para poder considerar que un producto o un servicio es sostenible, debemos tener en cuenta los siguientes factores y cumplirlos todos (o prácticamente todos):
Su origen: que sea local o de proximidad, y que cuente con una huella de carbono baja. Comprar alimentos que han recorrido miles de kilómetros es, en la mayoría de casos, absolutamente innecesario. Lo mismo sucede con el resto de productos, también los que no son de alimentación. ¡Revisa siempre el origen de lo que compras leyendo la etiqueta!
El tipo de producción y los ingredientes: que sea respetuosa con el medio ambiente, las personas y los animales, que haga un uso razonable de los recursos empleados, de la energía y del agua, así como de sus desechos, y que cuente con ingredientes locales, en cantidades razonables y no contaminantes.
El tipo de envase: cuantos menos, mejor. Deben evitarse todos los envases innecesarios, especialmente si se trata de plásticos, pero también si son de cartón o de cualquier otro material no compostable. El propósito debe ser avanzar hacia el residuo cero.
El tipo de distribución: cuantos menos kilómetros, mejor. Recuerda que comprar por internet tiene un fuerte impacto en el medio ambiente y que, aunque resulte muy cómodo, también suele ser innecesario. La mayoría de productos los tienes a tu alcance a poca distancia de tu casa, a menos que vivas en un entorno de difícil acceso o en una localidad muy pequeña. Solo debes organizar la compra y decidir invertir este tiempo en el comercio local.
El residuo que genera: idealmente, que no genere residuos. Si lo genera, que sea reutilizable y, en la última de las posibilidades deseables, que sea 100% reciclable.
Solamente cuando se cumplen todos estos requisitos podemos hablar de un producto “sostenible”. El problema es que no hay ningún organismo oficial que regule el uso de esta terminología, por lo que el marketing verde suele utilizarla según su propia conveniencia.
Así que, una vez más, a los consumidores no nos queda otra que aprender a discernir entre reclamos engañosos y anuncios más honestos, y evitar de esta manera que nos den gato por liebre.
Aprender a leer las etiquetas, despertar nuestro sentido crítico y consumir con conciencia son pasos esenciales si queremos realmente ser parte de la solución y no del problema
Por mucho color verde que lleven sus envases, por muchas imágenes sugerentes que evoquen a la naturaleza o por muchos nombres ingeniosos que añadan a los claims, debemos cuestionar las imágenes que vemos si no son coherentes y aplicar nuestro sentido común.
Estas son algunas de las estrategias de Greenwashing más utilizadas por la industria que deberías aprender a detectar:

1/5
Poner toda la atención en un único factor
Un aguacate peruano envasado en plástico y consumido en España, aunque haya sido producido mediante agricultura ecológica, no es sostenible. Volviendo a la lista de cuando podemos considerar sostenible un producto, si el reclamo solo pone énfasis en uno de los puntos descritos, pero los demás no se cumplen, estaremos delante de un ejemplo de greenwashing.

2/5
Dañar, por un lado, y reparar por otro
Una empresa energética que siga incentivando la explotación de energías fósiles por delante de las renovables no cumple con los criterios de sostenibilidad, por muchos árboles que plante al año y por muchas campañas verdes que decida emprender.
Otro buen ejemplo lo encontramos con las cápsulas de café, cuyas monodosis no compostables no pueden justificarse de ninguna manera a nivel ambiental, aunque el café haya sido cultivado de forma respetuosa y se destinen parte de los beneficios de la empresa a proyectos sociales.

3/5
Distraer la atención con reclamos intrascendentes
Relacionado con el punto anterior, a menudo la industria alimentaria que fabrica productos en monodosis justifica la cantidad de plásticos invertidos como un método eficaz para frenar el desperdicio alimentario. Nada más lejos de la realidad.
Intentar solucionar un problema generando otro más grave no tiene ningún sentido, y mucho menos cuando existen alternativas mucho más razonables que no dañan el medio para frenar este tipo de problemáticas presentes en las sociedades de los excesos.

4/5
Utilizar (solo) materiales reciclados como envase
Una botella de agua o una lata de refresco o de cerveza con un envase que cuente con el 50% de plástico reciclado sigue siendo una botella de agua, de refresco o de cerveza que generará un nuevo residuo contaminante. Además, ¿qué pasa con el 50% del plástico restante? Una vez más, recurrir a la alternativa sin residuo, como instalar un buen filtro de agua o bien un sistema de osmosis inversa en casa, representa la opción verdaderamente más sostenible, económica, saludable y cómoda que existe.

5/5
Sugerir y prometer, pero no demostrar
No poder contar con el sello de una entidad sin intereses comerciales que garantice las buenas prácticas ambientales que hay detrás de un producto abre la veda a que el marketing verde pueda inventar, exagerar o directamente mentir, sobre muchísimos asuntos. “Ahora más sostenible que nunca”, “con ingredientes bio”, “comprometidos con el medio ambiente”, etc. son ejemplos de mensajes ambiguos que dicen muy poco de lo que verdaderamente hay detrás, si no se acompañan de datos contrastables.