Se debe alejar a los menores de contenidos que reproducen modelos sexistas, violentos y dominantes.
Los jóvenes consumen pornografía desde los 12 años con una tranquilidad pasmosa, al punto de que 6 de cada 10 adolescentes lo hacen semanalmente, en procura de disfrute y en no pocas veces por curiosear.
Por supuesto, que este número hace referencia a los varones, porque en el caso de las mujeres, reconocen la cercanía con imágenes y videos a edades un poco mayores y la aceptación es de 3 de cada 10.
Así lo anuncia el estudio ‘Sexualidad y consumo de pornografía en adolescentes y jóvenes de 16 a 29 años’, que, aunque fue hecho en España con el objetivo de entender el fenómeno y crear políticas al respecto, da una idea de lo que puede ocurrir también por estos lares.
Es claro que los deslices de los jóvenes hacia los videos para adultos son favorecidos por el acceso a las redes a edades cada vez más tempranas, unido a la fragilidad de los controles por parte de padres y adultos, tanto que, de acuerdo con la investigación, más de la mitad de los encuestados terminó por aceptar que por esta vía resuelven sus dudas sobre la actividad del departamento inferior y aledaños.
Mientras esto ocurre, campea el desconocimiento del mundo adulto sobre esta situación, con el agravante de que en cuestiones de formatos, contenidos y forma de acceder a este material, los adolescentes están a años luz. Pero el asunto no es una trivialidad, porque se han demostrado problemas derivados de esta relación precoz que empieza a inquietar a los expertos.
Uno de ellos es que se ha evidenciado una vinculación entre el consumo de porno en edades tempranas con la violencia machista y la “cosificación e hipersexualización” de las mujeres, tanto que algunos de los autores consideran que estas ventanas virtuales para adultos son una especie de escuela que contribuye a normalizar la violencia a través de su erotización.
Lo grave es que detrás de todo esto se expande un negocio multimillonario que hace lo imposible para multiplicarse, incluso a expensas de proporcionar facilidades para acceder a estos contenidos, pasando por encima de limitaciones etarias, controles y reservas.
Y no se trata de censurar esto en un contexto de mojigatería, sino de alejar a los menores de edad de contenidos que reproducen modelos sexistas, violentos, dominantes y cargados de desigualdad que desdibujan la verdadera esencia de la sexualidad humana. Así que hay que reclamar controles y sanciones para sus promotores.