El término bullying se utiliza con frecuencia desde hace ya varios años, para referirse a una diversidad de situaciones. Debido a que no existe una palabra para traducirlo, se emplea esta palabra que hace referencia al acoso escolar. Su uso se ha generalizado y muchas veces se menciona para referirse a burlas, actitudes de segregación o discriminaciones en cualquier sitio diferente a los establecimientos escolares: entre amigos como broma, en el hogar, en el trabajo.
Detenerte en esta diferenciación resulta interesante si consideras que, por tratarse de conductas de acoso escolar, necesariamente debe ocurrir en el entorno del colegio; ya sea el establecimiento propiamente dicho, fuera del edificio escolar y entre los mismos compañeros, o en forma virtual entre las personas que comparten la vida escolar en el día a día.
Los alumnos son niños o adolescentes a quienes se les considera un grupo de pares, es decir que son iguales entre ellos en relación a sus derechos y deberes en el rol de compañeros. Pero esto no siempre ocurre de esta manera, suelen darse diferentes situaciones sociales que ocurren en un contexto en el que los padres no están presentes y que muchas veces los adultos responsables de la educación formal no advierten tempranamente.
La intención de quien agrede siempre es dañar, perjudicar, molestar o perturbar al otro.
Las acciones se realizan de manera reiterada y se mantienen en el tiempo, aún cuando pueden ir variando la forma en que se ejercen.
A no confundirse
Las conductas van desde las burlas y los apodos a las humillaciones públicas, los denominados ‘castigos de silencio’, las agresiones físicas como golpes, zancadillas o empujones. También se realiza con los objetos o materiales del agredido como correrle la silla en la que se sienta, sacarle sus útiles o moverle de lugar sus elementos de trabajo. Más intenso aún son los encierros en el baño, tocarle o mostrar las zonas íntimas, espiar mientras utilizan los lavabos. Estas son algunas de las circunstancias más frecuentemente relatadas, las cuales se silencian por supuesto bajo amenaza.
En el plano virtual, crear usuarios anónimos para perjudicar a otras personas, perfiles con foto del agredido sin su consentimiento, ignorar su participación en los grupos o crear grupos excluyendo a las víctimas, para manejar información fuera de su conocimiento pero con efectos en el resto del grupo. Crear rumores o situaciones falsas para provocar rechazo de los demás hacia el agredido también es una modalidad de bullying.
A tener en cuenta
Podría pensarse que si algún pequeño se encuentra en medio de una mala circunstancia lo haría saber inmediatamente, pero no es así. Existen algunos detalles que suelen hacer que quienes son víctimas de bullying o, quienes son testigos de que ocurre, no lo mencionen:
* Reinan algunos prejuicios que relacionan el acoso o agresión como una conducta dirigida hacia aquellos niños que tienen alguna característica negativa: una discapacidad, una dificultad en el aprendizaje, algún problema o una rareza. Es por esto que algunos niños suelen permanecer en silencio, para no considerarse dentro de estas categorías o para no tener que dar explicaciones al respecto.
* Habitualmente, los compañeros pueden ser otros acosados –con lo cual se hallan en la misma situación de vulnerabilidad manteniendo el silencio- o son testigos del mismo grupo del acosador, o se mantienen neutrales –en ambos casos cuidan de su propia circunstancia evitando transformarse ellos mismos en la víctima o en figura de persecución del acosador-, por estos motivos suele llevar tiempo hasta que se detecta la circunstancia.
* Los adultos suelen minimizar la situación, restándole importancia con argumentos como: “son cosas de niños”, “debe aprender a resolver sus problemas”, “ya está en edad de defenderse por sí mismo”; entre otras frases que desmotivan a los chicos a relatar lo que les está ocurriendo, cuando lo hacen en busca de recursos para resolver lo que no están pudiendo por sí mismos.
* Las agresiones ocurren en sitios privados o al resguardo de la mirada de los adultos, es por ello que no debería esperarse a observar en forma directa una situación de acoso o agresión para registrar su existencia y considerarla relevante.
* Los niños suelen buscar descargar las tensiones que genera el ambiente hostigador y amenazante una vez que llegan al hogar, donde están las personas más incondicionales de su vida. Se descargan agrediendo a sus padres o hermanos, reaccionando en forma irritable ante cualquier motivo, llorando a escondidas y hasta autolesionándose –desde morderse las uñas, arrancarse cabellos, morderse, pellizcarse y arañarse hasta lastimarse en forma contundente en zonas que no son de acceso a la mirada de los demás-.
* Los síntomas físicos pueden aparecer como una forma de manifestación de lo que el niño no logra poner en palabras, y son el resultado o las secuelas de esta u otras circunstancias, por ello es que el bullying puede no aparecer como primera causa del malestar en el relato de los críos.
* El agresor suele aparentar ser muy querido o popular entre los compañeros, pero a la hora de observar con atención se detecta que cuenta más que con verdaderos amigos, con seguidores hacia quienes tiene una promesa de protección con la que los mantiene aliados.
Antes de que sea demasiado tarde
La importancia desde el lugar de adultos radica fundamentalmente en informarnos para poder estar alerta a los signos que pueden presentar los chicos, ya sea porque estén siendo víctimas, cómplices silenciosos o ejecutores de bullying. Es vital escuchar con apertura y sin prejuicios, considerar atentamente la información que ofrecen los niños o jóvenes en sus relatos.
Demasiado tarde se ha llegado a lo largo de décadas, donde se consideraba que estas conductas formaban parte de la normalidad de las relaciones sociales escolares, e incluso se creía que era la manera en que los chicos debían fortalecerse en relación a sus pares. Y tarde ha sido cuando los chicos han crecido y colmado las consultas psicológicas y psiquiátricas con dificultades acarreadas a lo largo de la vida, que habían sido originadas en los hostigamientos reiterados y sistemáticos en el ámbito escolar. Algo de lo que no se podía hablar porque no había quién lo considerara seriamente.
Hoy el apoyo y la resolución de estas circunstancias a tiempo es posible, y puede encararse con cada uno de los actores: hostigador, víctimas y testigos; establecimientos escolares y familias. Hay programas de intervención y protocolos de actuación con diferentes perspectivas: buscar el que mejor se adecúe, hacer pruebas, modificar y adaptar culturalmente aquello que sea necesario.
Actuar, siempre ejercer acciones a favor de la prevención de tantas secuelas de esta violencia, hoy ya demostradas. Porque quedarse quieto es ser cómplice.