A todos nos han herido o causado dolor en algún momento de la vida, ya sea por un acto desleal, palabras ofensivas o incluso por ignorar nuestros sentimientos y necesidades.
Las emociones negativas son estímulos netamente humanos que forman parte de la vida cotidiana, y pueden dejar una huella irreparable a no ser que tomemos la decisión de perdonar.
La palabra ‘perdón’ puede verse tergiversada a menudo. Algunos creen que perdonar es darle la razón al otro, justificar el daño ocasionado u olvidar lo ocurrido, lo cual se interpreta como “restar importancia al hecho y exponerse a la humillación”. Desde luego, esta es una manera errónea de pensar, pues perdonar obsequia un beneficio directo a quien concede el perdón y no solo a quien lo recibe.
Perdonar significa aceptar lo que sucedió, extraer el aprendizaje y seguir adelante. Para hacerlo, primero es necesario liberarnos de la necesidad de esperar que la otra persona reconozca su error o pida excusas por lo sucedido.
Aceptar nuestros errores es un acto de madurez que puede tomarnos toda la vida dominar, de modo que no pongas en pausa tu mundo a la espera de que alguien más tome las riendas por ti. Elige perdonar como un acto de amor propio.
¿Por qué nuestro cerebro se resiste al perdón?
Una de las razones por las que se nos hace sumamente difícil perdonar es el erróneo concepto que se tiene del perdón. Además, rehusarnos a perdonar nos facilita refugiarnos tras la figura de víctima, atribuimos a nuestro agresor toda la responsabilidad de cómo nos sentimos y resulta más fácil, en consecuencia, lidiar con los problemas o evitar hacernos cargo de nuestras decisiones.
A veces, aceptar el hecho de que nos lastimaron puede ser la parte más difícil. Algunas personas sienten que la vulnerabilidad característica del ser humano es un obstáculo para la fuerza y la valía, esto significa que aceptar el hecho de que hemos sido heridos puede decepcionarnos profundamente y arruinar la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Anatomía del perdón
La oscuridad no puede expulsar la oscuridad; solo la luz puede hacer eso. El odio no puede expulsar el odio; solo el amor puede hacer eso – Martin Luther King, Jr.
Por lo general, cuando sentimos que hemos sido lastimados por alguien buscamos la manera de vengarnos para “retribuir el sufrimiento”, un acto desesperado por deshacernos de él. Aunque es una respuesta psicológica natural, debemos ser conscientes de que aferrarse a ella nos hace más daño, ya que nos ata indefinidamente a nuestro “victimario”.
Perdonar quizás no sea la única opción, pero sí la más sana, liberadora y autocompasiva. Perdonar implica no desear el mal a nadie, inclusive teniendo la oportunidad de hacer daño y tomar venganza. Decidir no ser igual a la persona que nos hirió y elegir únicamente buenos pensamientos como brújula de nuestro destino es una de las mejores partes de haber perdonado; a ello, se le suma la capacidad para reconocer si tuvimos parte de responsabilidad en lo sucedido, y perdonarnos a nosotros mismos de ser necesario.
Por último, perdonar implica dejar a un lado el rencor. Si miras atrás y ya no sientes dolor, no experimentas pensamientos negativos y sientes que has logrado aprender algo sobre lo que ocurrió, entonces has llegado al final del proceso: entender que el dolor es parte de la vida y que nos enriquece como individuos; es lo mejor de haber perdonado.
Si bien el perdón no tiene que ocurrir de la noche a la mañana, tampoco ayuda alimentar el resentimiento constantemente con ideas de enfado o tristeza. Esto genera un desgaste físico y mental con el que nadie merece tener que lidiar. Seguir buscando explicaciones o tratar de entender por qué las cosas sucedieron así solo te perjudica y mantiene distraído en el pasado.
Cuando el rumbo de la historia no puede cambiarse, solo queda mirar hacia el futuro. Perdonar te hace más flexible y te ayuda a dejar ir los problemas.