La paz interior


Cuando se elimina la pugna interior, la lucha con uno mismo y los asfixiantes “debería”, algo ocurre en el mundo privado. Como si una cortina pesada de pronto se cayera por su propio peso, la verdad aparece.

Correr los velos del autoengaño no es tarea fácil, y según algunos, casi que imposible. Quizás algunos maestros espirituales hayan podido tocar el rostro de lo sagrado; lo otro, lo que es inconmensurable. Vaya a saber.

Para los que somos de carne y hueso y no tenemos ese don de la santidad, solo nos queda lidiar con esta vida. La que nos recorre de punta a punta, la que nos hace temblar, la que nos pone a dudar, a correr como locos de aquí para allá y a fluctuar entre la alegría y el dolor. Para nosotros que tenemos que estar enclavados en lo mundano, ¿es posible hablar de paz interior?

¿No estaremos frente a una simple ilusión? ¿Qué significa estar tranquilo por dentro?

Para intentar alcanzar la paz interior no se necesita tocar el cielo con las manos, ascender por un túnel de luz, viajar hacia atrás buscando el consuelo de alguna reencarnación olvidada o adornar la casa talismanes. Tampoco hay que ponerse una túnica “azafranada”, raparse la cabeza e irse a meditar al Tibet dos veces la año. El reposo no está en tan lejos.

Para acercarse a la paz interior no hay que atiborrarse de drogas, hundirse en el éxtasis, vivir trabado o tomarse una garrafa de aguardiente cada día por medio. El sosiego no se adquiere durmiendo la consciencia.

Ni quimeras, ni adormecimiento, ni entretenimiento. La paz comienza cuando decidimos se libres de toda esclavitud psicológica. Desprenderse de las necesidades, dejar caer despacio la adicción y ver como se hace trizas. Si no estamos agarrados a ningún requerimiento, hay libertad.

Cuentan que en cierta ocasión Sócrates entró a un tienda misceláneas. Luego de demorarse un largo rato observando en detalle cada artículo, se mostró claramente asombrado. Cuando le preguntaron el motivo de su sorpresa, respondió: “Estoy fascinado, ¡cuántas cosas no necesito!”

Si el cerebro anda todo el día tratando de mantener y asegurar los intereses creados, materiales o mentales, es imposible descansar. El torbellino empieza cuando creamos el vínculo y nos identificamos con la cosa: “Yo soy mi carro”, “Yo soy el puesto”, “Yo soy el estatus”, “Yo soy mi profesión”, en otras palabras, “yo”, no soy yo, sino lo que me rodea. Mi yo ideal se impone sobre el yo real. Lo que me gustaría ser, pesa más que lo que en realidad soy.

Obviamente no se trata de acceder al Nirvana y ser cuerpo glorioso. Dentro de nuestras limitaciones podríamos comenzar por quitarnos de encima aquellos requerimientos que nos quitan tiempo y energía. Lo que nos absorbe con ansiedad y temor.

¿Cuánto malestar nos genera tratar de ser mejor que los otros, evitar la crítica, perseguir la aprobación, acoplarse a la belleza tradicional, querer ser más y más? ¿Qué paz interior puede haber si siempre tenemos la sensación que nos falta algo o estamos punto de perder lo que tenemos?

La idea no es volverse plano y adquirir la postura de un yogui venido a menos, sino establecer lazos razonables, personalizados e inofensivos. Los fanatismos no conducen a nada. La paz interior no significa ser estoicos hasta la médula, sino tratar, modestamente, de hacer la carga más liviana.

En cierta ocasión, estaba Diógenes (un filósofo que vivía en un barril y no poseía ningún bien) tomando sol, cuando Alejandro Magno le dijo que estaba dispuesto concederle lo que pidiera. El sabio contestó: “Sí, que no me tapes el sol”.
Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente