Nuestra voz hace resonar nuestros estados internos. La voz lo revela todo de nosotros, aunque no nos demos cuenta de ello. Y no sólo eso. Los problemas que a menudo tenemos con la voz, algunos incluso crónicos, tienen una relación directa con conflictos emocionales no resueltos. Observe cómo los bebés pueden pasarse horas llorando a grito pelado. Su expresión es natural, sin bloqueos, gritan hasta quedar exhaustos. De mayores, algunas personas no resisten hablar apenas una hora sin quedarse afónicas. Una gran mayoría de nosotros funcionamos muy por debajo de la auténtica capacidad de nuestra voz natural. Obviamente existen problemas fisiológicos o incluso, como veremos más adelante, trastornos del habla. Pero descartado el origen fisiológico, el resto son problemas emocionales. Nuestro bebé ya no expulsa el aire con naturalidad porque ha aprendido a reprimir, a bloquear. Muchas consultas terapéuticas tienen como síntoma alguna dificultad en la fluidez verbal.
El logopeda Arthur Samuel Joseph, desarrolla un curioso ejercicio con sus estudiantes los primeros días de clase. Les pide que al llegar a sus casas cojan una grabadora y graben dos veces su voz. La primera vez tienen que recitar un poema y cantar una canción a su libre elección, la segunda vez deben repetir la operación pero desnudos. Al día siguiente, cuando le traen las cintas, el propio Samuel es capaz de distinguir las diferencias de voces. Según dice: «La voz desvestida es la voz desnuda. Representa al niño que llevamos en nuestro interior, el Yo que aparentemente tenemos que proteger. La voz vestida es el padre que protege al niño. El padre se preocupa por el mundo exterior y sus censuras».
El tono de la voz nos conecta esencialmente con nuestras emociones. Es curiosa la forma en que las personas que nos conocen captan enseguida nuestros estados de ánimo a través del tono de la voz, como si por él se escapara nuestro tono vital. Comunicamos lo que sentimos a través de nuestro altavoz personal. Cuando mandamos mensajes podemos distinguir cuatro canales o tonos principales:
► Autoridad
Algunas personas usan habitualmente un tono enérgico y alto: «Haz esto». Sus palabras suenan exigentes, obligatorias. Son aptas para dar órdenes, cosa que no gusta a muchos.
► Expectativa
Aunque no tiene una sonoridad tan autoritaria, sí mantiene un retintín, con cierto aire de ironía, de suposición sobre nuestra conducta: «supongo que lo harás…». No se dicen las cosas claras, se insinúan.
► Súplica
Hay personas que parece que vayan pidiendo perdón por existir. Lo piden todo bajito, rogando. Tiene ese aire de «por favor» continuo: «¿por favor, lo harás?».
► Deseo
Es el tono que expresa más madurez. No hay expectativa ni obligatoriedad. Suena a libertad, a elección: «Me gustaría que lo hicieras…», suena a deseo.
Así como los tres primeros canales, autoridad, expectativa y súplica, se manifiestan ya desde niños, el deseo es más propio de la madurez y de la seguridad de uno mismo. No existen encuestas, pero parece que el canal con más adeptos es el de expectativa.
Le invito a reflexionar sobre su canal habitual. Pregúntele a sus amistades, a sus compañeros de trabajo o a sus familiares. Es importante darse cuenta de nuestro canal prioritario puesto que a menudo nos cuesta encontrar explicaciones a los resultados que obtenemos al pedir cosas, dar órdenes o expresar opiniones. Si pudiéramos oírnos a nosotros mismos, seguro que muchas cosas cambiarían de tono, pero no es el caso. Recuerdo ahora mis primeros cursos de crecimiento personal. Yo que venía del mundo de la radio y del teatro estaba acostumbrado a acentuar mi facilidad verbal y mi tono «escénico». Pronto me hicieron caer en la cuenta de que, aunque me atendían con interés y educación, el tono y el estilo les parecían sobrecargados, un tanto rococó, y de que podía decir lo mismo con la mitad de las palabras y sin sonar a «pedantería».