ONU Mujeres resalta que el empoderamiento económico contribuye a superar la desigualdad de género.
7 horas y 14 minutos es el tiempo que una mujer le dedica al día a las labores del hogar y cuidado.
Colombia es un país que ha avanzado mucho en materia de igualdad de derechos entre hombres y mujeres... pero en el papel.
En la última década se ha legislado bastante en este sentido: ley para combatir la violencia contra las mujeres, ley de cuotas, ley de igualdad salarial, ley para fomentar la participación política de las mujeres, se penalizó el feminicidio... Sin embargo, falta aplicarlas de manera contundente tanto por el mismo Estado, como por la sociedad y sectores tan cruciales como el empresarial y el político.
Esta es una de las conclusiones del informe ‘El progreso de las mujeres en Colombia 2019: transformar la economía para realizar los derechos’, que presentó ayer ONU Mujeres Colombia.
Cuando la economía crece, las mujeres –proporcionalmente– se ocupan más en el sector formal, pero cuando decrece son las primeras que pierden sus puestos de trabajo
“Cerrar la brecha entre la igualdad formal o de jure y la igualdad sustantiva o de facto, es sin duda el principal desafío estructural para hacer realidad el desarrollo y la paz sostenibles”, afirma el documento, que muestra avances, limitaciones y oportunidades para el empoderamiento económico de las mujeres, y su plena participación en la economía y el desarrollo del país.
Entre los logros, que han sido lentos y muy luchados, es alentador ver, por ejemplo, que cada vez las mujeres ejercen más el derecho a la educación, incluso a nivel profesional: entre el 2006 y el 2019, casi duplicaron su participación, al pasar de 32,8 por ciento a 58,5. Para 2019, 6 de cada 10 mujeres, entre los 17 y 21 años, se matricularon en una institución de educación superior, frente a 5 de cada 10 hombres.
Pero la dicha de estar cada vez más preparadas para afrontar el mundo laboral, mejorar sus ingresos y lograr la autonomía económica, se estrella a la hora de encontrar un trabajo, mantenerse en él y devengar un salario igual al de un hombre en el mismo cargo.
Aunque su participación en el campo laboral ha crecido, pues pasó del 46 al 54 por ciento en cuatro años, entre el 2008 y el 2012 se ha quedado estancada.
No obstante, este aumento, la brecha en términos de participación laboral se ha mantenido casi constante con relación a los hombres, con una diferencia que supera los 20 puntos porcentuales.
Para la investigadora y consultora Lucía Mina, que participó en este informe, “esto se puede deber a la crisis económica que vivió el país. Cuando la economía crece, las mujeres –proporcionalmente– se ocupan más en el sector formal, pero cuando decrece son las primeras que pierden sus puestos de trabajo y pasan a alimentar la informalidad”.
De hecho, según cifras del Dane en las que se basó el estudio, la tasa de desempleo para los hombres es de 7,4 por ciento frente a 12,4 de las mujeres, que incluso afecta más a las jóvenes, campesinas, afros e indígenas.
Asimismo, la proporción de mujeres sin ingresos propios ha disminuido de manera notable en la última década, al pasar del 41 al 27 por ciento, con una consecuente reducción en la brecha entre hombres y mujeres de 10 puntos porcentuales (pasó de 27 en el 2008 a 17 en el 2019).Más trabajo, menos dinero
Pero aún persiste la desigualdad salarial: es de 17,5 por ciento mayor, los hombres ganan más en igual cargo y responsabilidades.
“La discriminación es evidente en este punto. Una recién graduada en educación superior gana 10 puntos porcentuales menos, que un hombre recién graduado. En esto influye mucho el factor maternidad: tener hijos o la posibilidad de un embarazo”, dice Mina.
Esta brecha salarial se acentúa según el nivel económico y educativo. Por ejemplo, aquellas mujeres que han sido mamás adolescentes, con menores oportunidades educativas y laborales, llegan a ganar hasta un 45 por ciento menos que los hombres, y tienden a dedicarse más al trabajo doméstico, al mercado informal y a las labores del hogar.
En este punto, el del cuidado de los hijos, de los padres y la tareas domésticas, la desigualdad es persistente y desproporcionada:
Para el periodo 2018-2019 las mujeres destinaron, en promedio, 7 horas y 14 minutos a estas actividades, prácticamente el doble del tiempo que ocupan los hombres en ellas.
“La responsabilidad desproporcionada de este tipo de trabajo limita las oportunidades de las mujeres —ya sea en educación, empleo, participación política o descanso— y se convierte en un obstáculo para el empoderamiento económico”, detalla el informe.
Y ya lo dijo la representante de ONU Mujeres Colombia, Ana Güezmes: “Invertir en el empoderamiento económico de las mujeres contribuye directamente a la igualdad de género, a la erradicación de la pobreza y las desigualdades y al crecimiento económico inclusivo. Mujeres con acceso y control de recursos económicos logran más fácilmente romper los ciclos de violencia y pobreza, establecer relaciones equitativas y fortalecer su liderazgo en el desarrollo, la democracia y la construcción de la paz”.Seis estrategias claves para el empoderamiento económico de las mujeres
Crear más y mejores empleos, pero generando mecanismos para garantizar el acceso de las mujeres en condiciones de equidad.
Avanzar en la construcción de sistemas de protección social universal y estrategias de extensión de la seguridad social con enfoque de género.
Contener los efectos adversos de la desaceleración económica en la igualdad de género.
Reconocer, reducir y redistribuir el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado.
Fomento de relaciones igualitarias que reconozcan la diversidad de las familias.
Crear las condiciones para el goce efectivo de la salud y los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres: la maternidad como opción.