La vida está llena de obstáculos y decepciones. Las cosas no siempre marchan como lo deseamos o como lo habíamos planeado y esta incongruencia entre los hechos y las expectativas personales puede generar frustración y tristeza.
El budismo es claro en esto: el origen del sufrimiento es el deseo. Para los occidentales, sin embargo, puede ser más difícil asimilar el desprendimiento material y emocional con la misma naturalidad que para los orientales, especialmente porque nos vemos invadidos por una cultura de consumo y posesión.
La mirada superficial que aplicamos en Occidente a los eventos de vida traumáticos hace que nos perdamos gran parte de las enseñanzas que cada experiencia, sobre todo las más dolorosas, guardan para nosotros.
Nos centramos únicamente en el dolor, en la desilusión, en el sentir de la herida abierta pero no en el inmenso valor que tendrá la cicatriz una vez haya sanado.
El escritor William Shakespeare se refiere del siguiente modo al ejercicio de develar lecciones de vida donde sólo parecen haber tragedias:
“Dulces son los frutos de la adversidad que, semejante al feo y venenoso sapo, lleva en la cabeza una joya preciosa”.
De este modo hemos de aprender a contemplar los momentos difíciles, los cambios inesperados de rumbo, las desilusiones, los amores que no pudieron ser y las despedidas dolorosas: como un fruto latente, una lección de vida que resplandece como una joya preciosa.
El sendero de la resiliencia
La Asociación Americana de Psicología (APA) nos habla de la resiliencia como el proceso de adaptación que nos permite sobreponernos a las adversidades y los eventos traumáticos, como la muerte de un familiar o el rompimiento de una relación amorosa.
La resiliencia no es un súper poder ni un privilegio reservado para los grandes maestros espirituales: todos somos capaces de recuperarnos emocionalmente de las dificultades. Lo que marca una gran diferencia es la disposición que tengamos a pensar, creer y actuar a favor de la resiliencia.
En otras palabras: ser una persona resiliente es una decisión que involucra una forma de persona, un conjunto de creencias y una forma de comportarnos.
Factores que influyen en nuestra capacidad de ser resilientes
La APA menciona un elemento clave que guarda relación con nuestra capacidad de ser más o menos resilientes: las personas que nos rodean.
Nunca ha sido un secreto que el tipo de gente del que nos rodeamos influye en los hábitos que adoptamos e incluso en la imagen que conformamos de nosotros mismos. Cuando se trata de resiliencia, contar con relaciones interpersonales que sean modelo de amor y confianza fortalece nuestra capacidad de resurgimiento.
Además, algunas prácticas asociadas con la resiliencia son:
Hacer planes con bases realistas y seguir pasos concretos para cumplir nuestros objetivos.
Desarrollar una visión positiva de nosotros mismos y confianza en nuestras fortalezas y destrezas.
Estar abiertos a comunicarnos con los demás, compartir nuestras ideas y sentimientos y recibir apoyo de otras personas para resolver problemas.
Fortalecer nuestra capacidad para lidiar con sentimientos fuertes e impulsos a través del diálogo interno con nosotros mismos.
Aprendiendo a ver el arcoiris después de la tormenta
Incluso los eventos de vida más dolorosos representan una oportunidad invaluable para crecer espiritualmente y fortalecer nuestro amor propio, pero esto implica que tomemos una decisión clara: aprender de nuestro pasado.
Tomar esta ruta no siempre es fácil, ya que aprender del pasado implica asimilar que ha quedado atrás, que somos personas distintas y que la vida continúa.
Algunas estrategias útiles para aprender a ver la belleza en los cambios y apreciar la virtud detrás de las nubes negras son:
Aceptar que el cambio forma parte de la vida.
La naturaleza misma es un ejemplo del eterno devenir necesario para que exista un equilibrio sano en el mundo.
Una vez que hayamos decidido visualizar el cambio como una metamorfosis evolutiva y no como una condena, dejaremos de sentirnos víctimas de nuestras circunstancias y podremos enfocarnos en las oportunidades que acompañan a todo cierre de ciclo.
Crear nuevas conexiones.
No solo con personas completamente nuevas, con gustos e intereses distintos, también es positivo conectar con aficiones que hayamos dejado a un lado o con actividades que siempre hemos querido explorar.
El negativismo que sobreviene con las adversidades es peligroso: nos aprisiona en lamentaciones constantes y pensamientos negativos. Salirse de esta zona de peligro y reecontrarse con el milagro de la vida a través de experiencias nuevas nos ayuda a superar las dificultades y asumir un nuevo comienzo.
Negarse a ver las crisis como un amontonamiento de problemas.
Las crisis no son más que creencias que se han dado encontronazos con una pared de eventos inesperados.
Gran parte de las experiencias de sufrimiento que vivimos se deben a nuestra obstinación, a nuestra terquedad por negarnos a aceptar que la vida gira en un eterno renacer y que no podemos controlarlo todo.
Desentiéndete de la responsabilidad ficticia de llevar el mundo sobre los hombros. No te culpes, no te flageles, recibe con el asombro de un niño cada cambio que se presenta en tu vida y conviértete con ilusión en el arquitecto de una nueva obra.
No eres una víctima de las adversidades, eres un alumno digno y capaz en el camino a convertirse en un maestro de vida para otros.