La principal fuente para crear la visión del mundo que asumes, y por la que te guías, surge del contacto con otras personas (amigos, padres, maestros) y con tu universo material y social inmediato. Las relaciones que estableces con el mundo circundante desarrollan en ti una idea de cómo crees que eres. Los fracasos y éxitos, los miedos e inseguridades, las sensaciones físicas, los placeres y disgustos, la manera de enfrentar los problemas, lo que dicen y lo que no te dicen, los castigos y los premios, el amor y el rechazo percibidos, todo confluye y se organiza en una imagen interna sobre tu propia persona: tu yo o tu autoesquema. Puedes pensar que eres bello, eficiente, interesante, inteligente y bueno, o todo lo contrario (feo, ineficiente, aburrido, bruto y malo). Cada uno de estos calificativos es el resultado de una historia previa, donde has ido gestando una “teoría” sobre ti mismo, que dirigirá a futuro tu comportamiento. Si crees que eres un perdedor, no intentarás ganar. Te dirás: “Para qué intentarlo, yo no puedo ganar” o “Esto no es para mí” o “No valgo nada”.
Walter Riso, en su “Guía práctica para mejorar la autoestima”, señala que hay cuatro elementos que son los más importantes a la hora de configurar la autoestima general y aunque en la práctica están entremezclados, para fines didácticos, los separa conceptualmente para analizarlos mejor. Ellos son: autoconcepto, autoimagen, autoeficacia y auto-refuerzo.
Bien estructurados, serán los cuatro soportes de un “yo sólido” y saludable; y si funcionan mal serán como los cuatro jinetes del apocalipsis. Si fallas en alguno de ellos, será suficiente para que tu autoestima se muestre coja e inestable. Más aún, si uno solo de los jinetes se desboca, los tres restantes lo seguirán como una pequeña manada fuera de control. En la“Guía práctica para mejorar la autoestima” de Walter Riso encontrarás una serie de pasos y ejercicios que te orientarán por el camino para trabajar en estos cuatro elementos.