Según Juan Gossaín, el impuesto más alto que pagamos en Colombia es la corrupción.
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El camino está abonado para los falsos profetas. Confieso que la sola idea me asusta. Para qué negarlo, estoy aterrado.
En medio de la confusión política que estamos viviendo, y agobiados por este caos que parece el apocalipsis, y sitiados por la monstruosa corrupción que campea en el país, y viendo que cada escándalo diario es peor que el de ayer, y que la impunidad nos acorrala, y oyendo que los colombianos ya no hablan sino que gritan, y mirando los puños cerrados de la pelotera política que se arma en cada esquina, entonces es cuando yo me hago la pregunta esa que me tiene desconcertado. Anonadado y patidifuso, como decían los clásicos de la lengua castellana.
La pregunta, que me da vueltas en la cabeza día y noche, como una mosca zumbona, es esta: ¿en qué momento va a aparecer el demagogo arrebatado que aproveche tanta iracundia popular, se valga del desbarajuste, engatuse al pueblo y se haga elegir? Que entre el diablo y escoja. Puede aparecer en un lado o en el otro, o en ambos, que es lo más probable, porque en este mundo no hay nada que se parezca más a un extremista de derecha que un extremista de izquierda. Como dicen los campesinos de mi tierra, son burros del mismo pelo.
Si les parece que estoy hablando de un escenario imposible, recuerden no más lo que ha pasado en algunos países de la región, e incluso del vecindario. Ellos también se creían protegidos del populismo y la demagogia.
Casa por cárcel
Como lo estamos viendo diariamente, los ladrones más grandes del país, si es que alguna vez los capturan, salen libres porque se agotan los tiempos legales para juzgarlos o porque les dan la casa por cárcel.
No nos digamos mentiras, que llegó la hora de hablar con crudeza: para el que tiene dinero, y puede pagar, la prisión domiciliaria se ha convertido en una temporada turística, disfrutando en la playa o pavoneándose con altanería en restaurantes de lujo. Departen en clubes sociales. Casa por cárcel, vea usted, cuando lo justo y merecido sería que les dieran la cárcel por casa.
¿O no es eso lo que se merece quien mata de hambre a los niños de La Guajira al robarse el dinero de la alimentación escolar? ¿O el que saquea los presupuestos destinados a los enfermos de cáncer que no pueden pagar un tratamiento? Para no hablar de la podredumbre de Odebrecht o de las falsas empresas de inversiones y libranzas que han aparecido recientemente, saqueando los ahorros de la gente.
No lo duden, el impuesto más alto que pagamos en Colombia es la corrupción. Y ni siquiera lo incluyeron en la reforma tributaria.
‘Las condiciones están dadas’
Ya que la bendita pregunta no me deja dormir, me sigue dondequiera que vaya y no me pierde ni pie ni pisada, resolví consultar con algunos especialistas en ciencia política para averiguar cómo ven ellos el panorama y qué piensan de lo que está pasando.
Hablo con el sociólogo y abogado Alejandro Reyes Posada, tan respetado en los círculos intelectuales, escritor y columnista de prensa.
—Las condiciones están dadas –me responde– para que ese oportunista de izquierda o derecha que usted menciona asuma la vocería y representación de los sectores descontentos, que son mayoritarios.
El señor Reyes Posada piensa que nuestros partidos políticos son incapaces de canalizar las demandas sociales. Y agrega: “Además, no olvide usted que el pueblo tiene necesidad de identificar responsables para descargar en ellos la violencia purificadora”.
—Si le agregamos la poca visión estratégica de nuestros dirigentes políticos –concluye–, todos esos factores conspiran para abrirle camino a quien sepa sintonizar el malestar colectivo y ofrezca salidas que, aunque sean irreales, tengan capacidad de arrastre.
La vetocracia
También abogado y también sociólogo, Ariel Ávila se especializó en estudios políticos. Ha sido director de la fundación Paz y Reconciliación. Al contrario de su colega Reyes Posada, él cree que mis temores sobre la aparición del demagogo oportunista son infundados.
—Más que caudillos personalistas –me responde–, lo que puede presentarse en Colombia es un populismo de grupos políticos. Es decir, coaliciones políticas con agendas populistas, pero en las que no habrá jefaturas unipersonales.
Es entonces cuando usa una palabra que oigo por primera vez. “Lo que realmente me da miedo, más que caudillos y populismos, es la vetocracia directa. Que se usen mecanismos democráticos para hacer que retrocedan los derechos que ya se han alcanzado. Ese es el verdadero peligro”.
(En el lenguaje moderno de la ciencia política, vetocracia es un término despectivo con el que se califica a un gobierno que usa el veto permanente para impedir que se produzcan decisiones que no le convienen, como leyes nuevas, por ejemplo).
El porvenir inmediato
El futuro ya está aquí. Ya llegó. El año entrante hay elecciones presidenciales. Los periodistas coinciden en afirmar que, tal como están las cosas, en este momento hay entre 15 y 20 precandidatos. ¿Cómo ven los politólogos el panorama actual? ¿Es sombrío o les parece apasionante?
—Mire esta paradoja –me dice Reyes Posada–: una gran parte de la sociedad colombiana decidió terminar la guerra interna. Lo curioso es que, en el camino para llegar a esa decisión, el país se polarizó, afectando las posibilidades de cumplir los acuerdos de paz. De modo que, buscando la paz, ahora nos amenazan nuevas formas de violencia.
Le pido que me explique su teoría de la paradoja. Reyes dice que en este momento “esa realidad política genera el entusiasmo de emprender grandes cambios sociales, como la reforma rural integral, para incorporar a la periferia urbana, abandonada por el Estado y marginada, pero también causa ansiedad por los conflictos que surgirán con el cumplimiento de los acuerdos, como el conflicto agrario y la defensa de territorios por la población local”.
La incertidumbre
Sin haberlo oído, Ariel Ávila comparte el sentimiento de paradoja que expresa Alejandro Reyes.
—Creo que la actualidad puede ser leída como “una puerta abierta” –dice Ávila–, en la cual hay una oportunidad de cambio histórico para el país, pero también es un panorama políticamente incierto. Hay sectores empresariales que están muy asustados. Ha hecho mucho ruido eso del “castro-chavismo”. Habrá enorme resistencia a las reformas que marcarán el futuro. Por ejemplo, los viejos caciques locales tratarán de impedir la reforma del órgano electoral. Ya lograron reducirla.
Reyes Posada sostiene que Colombia ha vivido momentos peores que este y ha logrado superarlos. “El actual es un tiempo de transición para pasar de una democracia restringida a una democracia abierta, pero es más azaroso que el último medio siglo de narcotráfico y guerrilla, a lo que el país se había acostumbrado. Esto es impredecible”.
—Sin duda, este es un instante neurálgico –agrega Ávila–. Lo que pase en este 2017 y en las elecciones del 2018 marcará los próximos cincuenta años de la vida republicana del país.
¿Y la prensa?
En medio de tantas incertidumbres, buena parte de la opinión pública considera que la prensa ha perdido la brújula. Los ciudadanos han perdido la fe no solo en sus instituciones y dirigentes políticos, sino también en los periodistas.
—El principal problema de la prensa, sobre todo en la local y regional, es que los avisos publicitarios llevaron a la autocensura –comenta Ávila–. Se venden reportajes. Criminales y políticos pagan periodistas. No hay información. De la amenaza física a periodistas hemos pasado a la autocensura. La crisis económica de los medios ha llevado a que desaparezcan las unidades investigativas y a que solo se tome la fuente oficial.
Aunque no estaban juntos para esta entrevista, ya que mis preguntas se las hice por el correo electrónico, Reyes Posada coincide con su colega Ávila: “Es lamentable que, salvo algunos medios digitales, en los grandes medios tradicionales ha disminuido el periodismo de investigación independiente, lo que reduce las noticias a los boletines oficiales y a las fuentes de relaciones públicas”.
Epílogo
La corrupción sigue creciendo, como me dice Reyes Posada, “a la par con la crisis de los partidos, la ‘parapolítica’, la cultura mafiosa y la reproducción de políticos y grandes contratistas, frente a la insuficiencia de la justicia y la tolerancia social”. Insisto en preguntarles cómo ven el futuro. Ávila se rasca la cabeza y de repente exclama: “Perdóneme que le conteste con una expresión muy popular: qué mierdero”.
Antiguamente, las licitaciones públicas las ganaba el mejor postor; ahora las gana el mejor impostor. Hay gente tan desesperada con los estallidos diarios de la corruptela que una amiga mía, también periodista, me preguntó una tarde: “¿No será que la única manera de acabar con esta corrupción es legalizándola?”
Sin embargo, y por lo que hemos visto en los últimos días, asoma en el horizonte una lucecita de esperanza. Contraloría, Fiscalía y Procuraduría, “las tres ías”, como las llama el pueblo, están metiendo gente en la cárcel y trabajando con un brío renovado y con más vigor. Ojalá esa lucecita se convierta en un fogonazo de justicia que encandile a tanto bandido.