Se ha vuelto de cajón. La sacamos a relucir cuando cometemos un error grave o leve.

¿Ya se preguntó si sabe cómo perdonar?
A algunas palabras que usamos con frecuencia les hemos chupado completamente el valor. Por ser mal usadas, o más bien por ser usadas sin un trasfondo, se han vuelto paisaje. Entre ellas, la palabra ‘disculpa’.
Se ha vuelto de cajón. La sacamos a relucir cuando cometemos un error grave o leve.
Los políticos la usan, pero solo cuando se les prueba y no hay lugar a negar los hechos. Sin embargo, en la mayoría de los casos no viene con ningún acto contundente que pruebe el lamento. Los infieles la usan cuando quieren que su pareja haga borrón y cuenta nueva, pero con frecuencia vuelven y caen. Los adolescentes la usan cuando son obligados por los castigos que les imponen sus padres, pero cada vez entienden menos el peso de sus actos. Y los incumplidos la usan cada vez como si fuera la primera vez y, peor, como si fuera la última, aunque ellos saben que no es así.
Muchos la usamos seguido después de “pero es que...”, y ahí la pedida de disculpa se convierte en el traslado de la culpabilidad a un tercero, al tráfico, a la naturaleza o a cualquiera que valide los actos.
Hagan memoria de cuántas veces han pedido o le han pedido perdón seguido con razonamientos como “te pido disculpas, pero yo no tengo la culpa y tampoco prometo que no va a volver a ocurrir porque soy víctima de las circunstancias”.
No creo que nadie haya definido mejor el verdadero perdón que Randy Paucsch, profesor y científico de la Universidad de Carnegie Mellon, quien antes de fallecer de cáncer dio su Última lección. Esta cátedra inigualable, llena de sabiduría, se volvió un libro icónico repleto de enseñanzas de cómo cumplir sueños y vivir feliz. Él hace énfasis en la humildad y en decir siempre la verdad. Magistralmente, describe: “Una buena disculpa es como un antibiótico, pero una mala disculpa es como ponerle sal a la herida”.
Esta definición explica mucho de lo que pasa en nuestra sociedad. La mayoría andamos con heridas restregadas con sal en vez de curadas por un antibiótico.
Hemos pedido perdón tantas veces, y tal vez hasta lo hemos otorgado, pero no hemos sido curados del dolor ni del sufrimiento que hemos causado y nos han causado.
Como buen científico, pero, ante todo, como gran ser humano, Pausch nos deja el ejemplo de lo que sería una manera efectiva de pedir disculpas y lo divide en tres partes aparentemente sencillas: 1) Admitir que nuestros actos estuvieron mal. 2) Pedir disculpas por haber causado dolor 3) Preguntar cómo se puede mejorar la situación.
Como bien plantea, a la mayoría se nos olvida el tercer paso, y nos enfocamos en nosotros y no en la otra persona.
Pienso que devolverles la importancia y magnitud a las disculpas generará un cambio sustancial en nuestra forma de interactuar, nos hará mejores ciudadanos; pero, ante todo, nos hará mejores seres humanos.