Me impresiona la popularidad que hoy tiene la aplicación Instagram, y no solo entre los jóvenes, pues tengo muchos amigos de mi edad que la usan con el mismo furor que las preadolescentes como mi hijo.
Para los que no están familiarizados con esta red social, les explico: se suben fotos de lo que uno quiera, por lo general de uno mismo, y las personas que lo siguen a uno y otros que las vean pueden comentar o ‘likearlas’. Cada vez que alguien le pone un ‘Like’ o ‘Me gusta’ se ve reflejado a la vista de todos.
Mi hijo y sus amigos no solo se pegan al celular para chatear entre ellos sino que se la pasan constantemente revisando si el numerito de 'likes' a sus fotos sube o por el contrario, tristemente no lo hace. Si llegan a más de cien 'likes' se consideran lindos, exitosos y amados. Si el numerito no sube, empiezan a dudar de su belleza, de su popularidad y, supongo, que de la vida en general. Increíble pero cierto.
Estos jovencitos les entregan en bandeja de plata su autoestima a unas personas que muchas veces ni siquiera conocen. Permiten que conocidos y desconocidos las califiquen y las juzguen, con el inmenso peligro de tener que enfrentarse muchas veces con comentarios ácidos, ofensivos y dañinos. Exponen sus fotos con la esperanza de recibir aprobación y afecto, pero muchas veces se estrellan con insultos y desprecio.
Desde que mi hijo era muy pequeño he tratado de inculcarle la importancia del amor propio y me he empeñado en que siempre se sienta amado y protegido, pero los 12 años de ‘lecciones’ se evaporan mágicamente con una falta de ‘corazoncito’ en la pantalla de su celular.
Instagram no es el único ejemplo y las preadolescentes nos son las únicas que necesitan esta falsa aprobación. ¿Cuántos se consideran importantes porque tienen miles de ‘amigos’ virtuales en Facebook o cuántos no se sienten miserables porque solo los sigue la mamá en Twitter?
¿De qué estamos careciendo como sociedad para que tengamos tanta necesidad de ser ‘gustados’ por completos extraños? Necesitamos adulación y afecto permanente de todas partes y de muchos, si no nos desbaratamos. ¿En qué momento nos volvimos tan frágiles en nuestra esencia, que los números de las redes sociales nos definen como buenos o malos seres humanos?
Debemos retomar nuestro amor propio y rapárselo de las manos a cualquiera que no seamos nosotros mismos. Debemos enseñarles a nuestros hijos que los verdaderos amigos son los que nos acompañan cuando estamos enfermos y no los que nos dicen que estamos ‘divinas’ en las fotos. Debemos darles ejemplo que la percepción que los demás tengan de nosotros no importa siempre y cuando nosotros sepamos quiénes somos.
Debemos inspirarlos a ser autosuficientes y no ‘númerodependientes’. Y recordarles constantemente que no podemos permitir que nadie nos juzgue el camino, porque nadie ha caminado en nuestros zapatos.